El Tiempo lo Revela Todo

Y con la lluvia deslizándose por la orilla en un mar embravecido por las tormentas finaliza una semana tempestuosa ocaso de un mes estival que se nos va en horas. No obstante, queda la esperanza de que las sacudidas de los últimos días no precedan a una etapa borrascosa, sino que sea solo el resultado de esa ola polar extraña que nos cierra el agosto de este extraño verano.

Hace solo unos meses, aquellos días de encierro, de generosidad en el vecindario, de aplausos solidarios, de ganas de encuentros, de “echar de menos”, nos bombardeaban mensajes que argumentaban, bajo, incluso, análisis testudos sociológicos, un cambio o revolución ética en valores de una sociedad que, con el paso del tiempo ha reflejado que, si acaso ha asumido algún cambio en su moral, este ha sido en negativo.

Sí, lo sé, no se puede generalizar pero, sinceramente, cuánt@s de vosotros habéis encontrado aquel mundo nuevo de personas altruistas, nobles, bondadosas… No, no nos lo creíamos muchos y solo ha sido necesario unos pocos meses para demostrar que, una vez más, la peor decepción siempre llega por lo humano. Las mayores decepciones te las ofrecen las personas, esas que, “a pesar de….”, han arreciado este verano con un ímpetu desmesurado su egoísmo, ambición, insolidaridad, avaricia, mezquindad y meninfot. No les ha supuesto ningún sonrojo dar la vuelta a la chaqueta.

Han bastado solo unas semanas para los que ya hemos vuelto o volverán estos días al trabajo, nos (y se) percaten que, las personas no cambian sino que, como escribe Paulo Coelho (no se trata de mi autor favorito e incluso, en ocasiones, me chirrían sus frases, aunque esta vez me viene de perlas su pensamiento) “las personas no cambian, simplemente nunca fueron lo que pensaste”.........Y todo ello, porque, como decía el poeta y premio Nobel de Literatura en 1949, William Faulker, “se puede confiar en las malas personas…No cambian jamás”.

Ilusos nosotros que creímos que el bichito nos ofrecería una perspectiva social más saludable o, al menos, más plácida para convivir y que las personas navegarían en su interior para encontrar en él honestidad y no hacer del cinismo su tarjeta de presentación.

No, no estaba siendo este siglo XXI rumboso en valores ni pródigo en principios éticos y resultaba utópico imaginar que los habitantes de este planeta se iban a desmoronar ante la emoción de poder volver a contemplar la salida del sol desde la orilla de la playa, ver un atardecer en alta mar, estremecerse ante unos ojos vidriosos, emocionarse con la visión de una lágrima que acaricia sueños o el sonido de un suspiro que gesta fantasías…

En aquellos días de encierro era casi obligado idealizar una utópica sociedad; aunque a muchos nos resultaba irrisorio. Ahora, cuando la incertidumbre nos impide aventurar un mañana, ya no conjeturamos sobre quimeras. Siempre la realidad y el tiempo se encargan de desnudar las almas y destruir los disfraces. Todo vuelve a su normalidad, a la de siempre, a esa tóxica que ronda estos últimos años el vagabundear del mundo. Las palabras ya no tienen el furor que emanaban emoción. Han vuelto las batallas desmedidas (¿se marcharon alguna vez?).

Ignorantes los que atisbaban ilusorias esperanzas de mejora. Nada ha progresado adecuadamente y, otra vez, solo encontramos la brisa de la bondad entre los de siempre, los que siempre están, aquellos que, ni en los peores momentos, estuvieron cercados por la ausencia. Son esas amistades perennes cuya lazo fraternal con ellas no queda envilecido por ninguna pandemia o esas otras personas cuyo intercambio de afecto no encuentra definición en nuestro vocabulario pero que acunan tus inquietudes. Y sigue ahí la familia con la que compartes todavía ese “dolor” por no poder intercambiar abrazos, pero cuya compañía actúa de refugio.

Así sucumbe este “raro verano 2020”, llegará luego el “veranito de San Miguel” tan presente siempre en esta orilla del Mediterráneo donde puede que todavía vivamos jornadas de sofocante calor; sin embargo, el octavo mes del año languidece y con él algunos de los sueños concebidos en aquella etapa de encierro.

Se aproxima la caída de la hoja y con ella sutilmente se desliza esa venda en los ojos que hemos querido mantener para sobrevivir entre sonrisas el tiempo que reinaba el sol y que ahora, solo es un recuerdo porque.....el tiempo lo revela todo.

Con todo esto, llega el momento de aceptar la realidad, sin ornamentos ni decorados. Llega el momento de contemplar cómo la desnudez muestra esas figuras sombrías de personajillos que escondían su mezquindad bajo un halo de candidez que disfrazaba su hipocresía. Llega el momento de arremangarse, afrontar la verdad y no desesperar porque…el bichito del coronavirus está ahí y, los bichos humanos a nuestro alrededor.

Así es la realidad y mejor no perderse en quiméricas ilusiones y asumir que solo importan los reclamos verdaderos de quienes amamos; aglutinar fuerza para no perder la calma y saber disfrutar de la vivencia de una jornada como la hoy compartida entre familia donde los sentimientos son reales. Mañana ya nos envolverá el cinismo y el sarcasmo y esas figuras nocivas que muestran sin sonrojo sus miserias, carencias y la sordidez de sus desvaríos, porque así es el cambalache de este tiempo que nos ha tocado transitar y en que solo su inexorable paso (a veces de forma ràpida y estruendosa)…lo revela todo. 

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