Del ídolo de abuelo al ídolo del nieto

A pesar del cambalache que es el siglo XXI, a nivel futbolístico no hay ninguna duda que el Levante UD está viviendo su etapa más estable y dorada en esta segunda década de centuria.

Desde aquella temporada 2003/2004 liderada por el siempre añorado Manolo Preciado, la escuadra granota convive con ensoñaciones utópicas para los que pasábamos en la década de los 70 y los 80 la tarde de domingo (sí, siempre tarde de domingo) en el entonces, Nou Estadi.

Aquellas huestes levantinistas nos alzábamos gozosos con los goles que nos acercaban al liderato de Segunda División B o nos ubicaban en la zona tranquila de Tercera bajo la esperanza de que el lastre económico que nos acompañó demasiados años evitara que el órgano federativo nos castigara con descensos de categoría inesperados como el sentido durante esos años.

Ni la ilusión generada al ver vestido con la elástica azulgrana al legendario Johan Cruyff, ni la celebración del 75 aniversario de la fundación del club como gran gesta, evitaban los disgustos futbolísticos de quienes vagabundeábamos por la famosa senda de los elefantes entre acequias y huerta "pegant cabotades" y balanceando nuestra cabeza mientras murmurábamos y escuchábamos de fondo un "així no pot ser".

Sin embargo, el sabor que ofrecía una victoria nos henchía de gozo. Las cabalgadas del rubio Òscar por la banda izquierda, los cabezazos "a lo Santillana", como algunos bautizaban, los goles del espigado Vicente Latorre o los apuntes técnicos de futbolistas como Murua, Magdaleno, Campuzano o los Claudio, Zapata, Martínez Puig o el tristemente fallecido López Ufarte, nos regalaban enormes alegrías que, los que pintamos canas y crecimos quedándonos muchos veranos sin viaje de vacaciones ante la dicotomía de invertir el dinero de la paga extra de julio del trabajo del padre en unos días de veraneo o los pases de temporada del Levante UD, hoy no dejamos de pellizcarnos imaginando temerosos que cualquier día podamos cerrar los ojos y volver a ver un estadio rodeado de huerta, con una escuadra intentando defender con honor en campos, incluso de tierra, la fuerza de un escudo fusión de dos sentimientos pero con raíces inefablemente mediterráneas.

Pues bien, aquellas personitas, aquellos aficionados, nos sabíamos de memoria el once formado por Rodri, Calpe, Pedreño, Céspedes, Currucale, Vall, Castelló, Camarasa, Serafín, Domínguez y Wanderlei, que un mes de junio de 1963 había conseguido el ascenso del Levante UD a Primera División. Muchos no habíamos vivido aquella hazaña, pero éramos receptores de las añoranzas de nuestros padres y abuelos por aquel equipo del que conocíamos su alineación, sus gestas y los melancólicos recuerdos de nuestros mayores que recordaban lo vivido mientras nosotros imaginábamos qué bonito sería…qué bonito tuvo que ser….

Y sonreíamos y escuchábamos hasta casi interiorizar las vivencias de nuestras familias, esas que “vieron subir el gato a la palmera” a pesar de ser apasionados de un equipo “forjado en el yunque de la adversidad”.

Por ello, sin haber visto nunca correr a Calpe, sabíamos que era un defensa limpio que tan solo una vez en su vida fue amonestado y que fue capaz de dejar un Real Madrid campeón de Europa para recalar en su Levante en la división de plata del fútbol nacional. Conocíamos que Camarasa era el capitán de Rafelbunyol que departía con los aficionados en la estación de Vallejo a la espera de la llegada del tranvía que llevaría a los seguidores levantinos de vuelta al Marítimo y al gran capitán hacia su hogar.

Sabíamos que en aquel once Wanderlei era hermano de un jugador del Valencia CF e incluso casi podíamos imaginar las piernas corriendo hacia portería del “galgo de Vallejo” espigado y goleador granota idolatrado por muchos de aquellos para quien Ernesto Domínguez, “aquel elegante ariete catalán” incluso había sido internacional siendo jugador del Levante.

Muchos pasamos décadas conociendo historias, acumulando en nuestra despensa emocional, las evocaciones y relatos que percibíamos como vivencias propias sin haberlas experimentado más que por el entusiasmo y la melancolía con que eran invocadas por nuestros familiares.

Un Levante de Primera, un futbolista internacional….y la vida pasando…Mientras nuestro Levante continuaba su deambular sumando temporadas de reveses con tropiezos que desmontaban el castillo de naipes en el que se cimentaban nuestras ilusiones: un ascenso a Segunda, un amistoso contra el eterno rival, un exjugador que fichaba por un equipo de la máxima categoría… Nuestras dichas eran tan frondosas emocionalmente como nimias en el palmarés futbolístico español.

Sin embargo, éramos felices. Casi tanto como son ahora nuestros hijos o sobrinos. Nuevas generaciones de levantinistas que han podido, incluso si han tenido suerte, ver in situ jugar al Levante UD en el Santiago Bernabéu, el Nou Camp, la Catedral e incluso en campos de Europa, en una competición que, con su actual nomenclatura, ni existía cuando nosotros visitábamos el Clariano, el Collao, el campo de La Murta o el Lluis Suñer de Alzira.

Estos pequeños (algunos ya casi adolescentes) atienden incrédulos a los relatos de aquellos pasajes anecdotarios de nuestra infancia y juventud incapaces de imaginar a un Levante en Segunda División B, como nosotros, a su edad, nos costaba vislumbrar un equipo granota en Primera.

Por eso hoy, es la afición más madura del Levante la que con más emoción ha recibido la noticia de la convocatoria con la Selección Española de José Campaña. Ellos, que han sumado años con el recuerdo de haber mantenido el privilegio de haber visto con la elástica de la selección nacional a uno de los suyos, van a ver (si Luis Enrique nos deja acabar de convertir en real esta maravillosa fábula) disputar un partido de un equipo, que además ha sido campeón del mundo, privilegio también de los nietos de aquellos que idolatraron a Ernesto Domínguez como “uno de los nuestros” a pesar de su salida del Levante a Mallorca después de cuatro temporadas como granota, solo una menos que las que, si llegamos igual al lunes de cierre del mercado, habrá vestido la camiseta azulgrana el sevillano internacional.

Así es la pasión futbolística. Así es la emoción de concebir “qué grande es ser pequeño”. Así es la emoción de un club que mantiene unas raíces que, tras algunos titubeos, finalmente han sabido y querido recuperar social y culturalmente los actuales gestores del Levante UD.

Las estadísticas y comparaciones entre Ernesto Domínguez y José Campaña han proliferado las últimas horas. Las anécdotas y la historia maravillosamente argumentada está escrita, narrada y plasmada para la posterioridad por Felip Bens, José Luis García Nieves o mi siempre entrañable compañero en algunos de esos momentos de sufrimiento levantinista compartidos y profesor en esto de escabullirse en la leyenda del equipo nacido en mi València Marítima, Emilio Nadal. Ellos son los ilustradores de la historia centenaria de la entidad Levante UD. Ellos tienen los datos, han recopilador las anécdotas y nos han transmitido las emociones. Ante ellos, es muy simplista personalizar mis anécdotas vividas y el cómo, dónde y cuándo, por ejemplo, tuve el honor de conocer personalmente a Ernesto Domínguez. Eso queda en los anales de mis emociones y experiencias y en ese anecdotario que relatar a mis pequeños descendientes.

Hoy me quedo con ese washap enviado a mi padre para informarle de que Campaña era internacional y su respuesta envuelta en melancolía con un mensaje donde ha mezclado una vez más su magistral memoria recitándome nombres de futbolistas que fueron internacionales en categorías inferiores u otros jugadores que vistiendo la elástica blaugrana defendieron los colores del equipo nacional de su país de origen, con su incredulidad (todavía ha de pellizcarse muchas veces viendo a “su Levante” ganando al Barcelona o al Madrid…o al Valencia) por la citación de Luis Enrique a Campaña y la conversación de la tercera generación que al salir de clase y contarles “LA NOTICIA”, una de ellas responde con un “ala, tía, qué buenos somos, eh?, va a jugar Campañita con España”.

Así siente el ayer y el hoy el levantinismo quien lo porta en los genes y no ha adquirido estima al equipo granota por sus reciente excelsa trayectoria o porque, era el equipo donde las nuevas generaciones de periodistas se iniciaban en esto del ejercicio de la profesión como becario.

No son mejores o peores aficionados, todos tenemos cabida en un equipo cuyo vínculo de pertenencia supone la admisión de todo un ideario que sigue haciéndolo singular, incluso en estos momentos de máximo esplendor.

Sin embargo, hoy sí pretendo alardear del privilegio de haber nacido en el viejo Poble Nou del Mar, sentir la ideología cabanyalera, la pasión levantinista y haber logrado crecer, formar parte y trasladar en cuatro generaciones el orgullo de (como todavía dicen los viejos habitantes del Marítimo) ser levantino.

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