Solo quería vivir... un día en el Museo

Antes de proceder a relatar mis vivencias en este lunes festivo quiero puntualizar que no dispongo de ninguna capacidad para opinar sobre el ARTE. Mi bagaje pedagógico se circunscribe a aquellos años académicos en que la Historia del Arte era asignatura optativa en los estudios de letras de B.U.P y C.O.U.

Sin embargo, a pesar de mi analfabetismo cultural en la rama de las bellas artes es, ante la contemplación de un cuadro o una escultura, donde hallo esa añorada serenidad, personalmente un tanto necesaria en la coyuntura que me envuelve (como a muchos de ustedes) las últimas semanas.

Solo hay dos sitios donde mi mente consigue reposar y enajenarse de esos miles de pensamientos que cruzan nuestro cerebro cada día: el mar y un museo.

Sí, son pocas las similitudes entre un lugar y otro, entre una playa donde el sonido es tan solo el rumor de las olas al morir en la orilla y el silencio que contextualiza la exposición que alberga un museo donde generalmente la ausencia de cualquier sonido es lo que lo caracteriza la fuerza del momento.

Hoy, en este lunes festivo (y sin fútbol), casi sobre la bocina (hoy finalizaba la exposición) he podido aprovechar la jornada para presenciar la muestra sobre Sorolla titulada “Cazando Impresiones”. Primero la pandemia y luego la vorágine de la rutina me había impedido visitar antes esta exposición, curiosamente inaugurada el día anterior al estado de alarma por la Covid. Mi sorpresa ha sido grata al comprobar que hoy, último día de la estancia de estas obras en la Fundación Bancaja, no era yo la única que tenía esta visita pendiente.

Desde primera hora de apertura de la sede en el corazón de València, la cola de personas que querían presenciar la obra del pintor valenciano era larga, además había gente de todas las edades (familias con niños, personas de tercera edad, jóvenes…). No obstante, de repente, un sobresalto nos ha alertado a los que allí esperábamos el turno para perdernos entre cuadros. Eran bocinas de coches envueltos entre banderas rojigualdas haciendo sonar el claxon de sus vehículos sin parar o bien, suplantando o alternando ese ruido con la música (o mejor, las marchas militares con las que se identifica este parte de la sociedad los últimos meses) subida en una gama de decibelios que impedían siquiera el diálogo con quien tuvieras a dos metros (Por cierto, enhorabuena por las escrupulosas y perfectamente aplicadas medidas de seguridad tanto dentro como fuera por parte de los responsables de la Fundación Bancaja).

Sí. Otra vez las banderas y los cánticos.

Tras la sorpresa inicial, muchos hemos pasado a la incredulidad. Los más pequeños preguntaban por los motivos de aquel desfile improvisado de símbolos (algunos ¿casualmente? anticonstitucionales) y algunas de las respuestas explicativas de los padres o familiares que los acompañaban y que he podido percibir cercana, me ha enorgullecido. No han fabulado ni tan siquiera han disfrazado la realidad en sus explicaciones, han sido solamente descriptivos.

Todo transcurría ante cierto recelo hasta que uno de los presentes en la cola de entrada a la sede, ante tanta algarabía, ha alzado la voz con un “más cultura y menos banderas”, “más aquí y menos ahí” señalando la entrada a la sala de exposiciones ante, casualmente, la sede de la capitanía general de València ubicada al otro lado de la calzada y hacia donde dirigían sus vítores los conductores y acompañantes de los vehículos “tuneados” con banderolas, bufandas y pedazos de tela.

Solo los cercanos al veterano hombre que ha lanzado aquel grito que muchos ahogábamos mientras observábamos escépticos lo que discurría por las calles de nuestra ciudad hemos escuchado la contundencia de la frase. Pero de repente ha surgido un aplauso colectivo entre los que continuábamos a la espera de impregnarnos de los colores de la obra pictórica de Joaquín Sorolla. Los autores del ruido de los claxon han querido imaginar que la ovación era hacía la lamentable escena que han confeccionado en solo unos minutos hasta que los que estábamos en la cola hemos dado la espalda a la calzada para ovacionar a ese hombre que, emocionado, seguía musitando “más cultura, por favor, más cultura”.

La tensión se ha disipado porque la cobardía se esconde siempre entre el colectivo y no éramos más, pero sí éramos más reales los que estábamos en la cola que los que se amparaban tras el escudo de un coche y una bandera.

No ha sido necesario, pero la seguridad de la sala museística ha decidido proteger al público ávido de pasar una mañana en el museo frente a los rostros fanáticos de los personajes que, sabedores ya de la repulsa a sus actos de los futuros espectadores de la obra de Sorolla, han decidido reiterar con mayor intensidad el sonido de sus vehículos y las músicas de sus aparatos electrónicos y lanzar improperios no a los presentes a la entrada del museo sino al pintor valenciano Joaquín Sorolla y al escultor, pintor y artista Antonio López, protagonista de la otra gran exposición que alberga estos días la sala de la Fundación Bancaja en València.

Ante ese exabrupto e insulto hacia los maestros artísticos la fila de espectadores se ha aligerado y muchos hemos sido los que hemos entristecido nuestros rostros bajo nuestras mascarillas para esconder el sentimiento de impotencia que nos provocaba escuchar insultos a dos de los artistas más importantes del siglo XX de nuestra historia, nuestro país (por cierto, el mismo que el de los conductores de la caravana ¿festiva?), nuestra cultura, esa de la que, como bien ha dicho el señor en su grito, este gentío revestido de excesivo protagonismo los últimos tiempos, adolece en demasía.

Sobre la riqueza de la muestra de la exposición “Cazando Impresiones”, la calidad de las obras expuestas, los retazos de la infancia recordados al contemplar la captación en un óleo de la luz de la playa del Cabanyal o de la Malva-rosa o la admiración por los paisajes trazados de Xàbia, Donosti y hasta Biarritz que Sorolla pintó en las casi 300 obras desplegadas en las salas de la sede museística de la Fundación Bancaja estos últimos meses y la descripción del cúmulo de emociones sentidas lo dejaré para otro rato.

Ante el desvarío vivido y aquí descrito mientras esperaba el momento de enajenarme de la realidad impregnada de pintura y escultura para evocar emociones, no cabe ahora envilecer esos momentos sentidos ya en el interior de las salas de exposiciones en este comentario. Dejaré por tanto, para otro rato, la narración de lo sentido en una jornada de esas que, personalmente, me enriquece el interior a pesar de mi poca capacidad para evaluar la calidad artística de quienes, por otra parte, no requieren del elogio, ya que es su obra la que avala su valía, la de Joaquín Sorolla y Antonio López, dos artistas que hoy, más que nunca me han permitido trasladarme, volar e imaginar otro mundo, otra sociedad, otros instantes totalmente opuestos a los hoy vividos con anterioridad a la dicha de pasar una jornada festiva en el interior de un museo.

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