El fútbol no es deporte. Este argumento esgrimido como proyectil en contra de un deporte que, sí, mercadea con cantidades económicas desorbitantes incluso en época de crisis; sí, es un negocio turbio para algunos colectivos; sí, es una herramienta para sectores de poder; sí, en algunas entidades se ampara a grupos radicales que, al amparo de la pasión futbolera, agitan a la masa como elemento social.

En resumen, como dice el cineasta y escritor David Trueba en uno de sus artículos ”futboleros”: “La pasión y la identificación con los colores de tu equipo son usadas desde tiempo inmemorial para el robo, la exaltación de los peores valores, la estafa continuada y el abotargamiento social, al modo en que se usa el patriotismo”.

En efecto, el fútbol está mercantilizado y demonizado; pero siempre hay algo o alguien que te conduce a encontrar en este deporte los valores éticos de compañerismo, solidaridad, entretenimiento y vínculo de pertenencia a la tribu que te lleva a los ancestros del nacimiento de la filosofía futbolística como deporte de equipo.

Porque este balompié creado por los ingleses posee todavía ese “algo” pasional e irracional que hace que, como escribió Jorge Valdano “en una coyuntura de declive en las creencias políticas, sociales o económicas, la necesidad de pertenencia a una tribu inherente al ser humano hace que la sociedad aumente la fe en favor de otro tipo de creencias más irracionales de carácter colectivo… y ahí está el fútbol”

Y en el fútbol, a pesar de todo lo que lo envilece, existen entidades y clubs que incluyen un ideario socio-político-ideológico en sus principios que crea ligazones indisolubles con su afición e incluso con aquellos que, a pesar de que ejercen un fanatismo anti fútbol tan irracional como la pasión enfervorizada de los seguidores futboleros, encuentran en él un elemento integrador bajo el que se identifican como pueblo.

El Athletic Club de Bilbao acoge ese ideario. Objeto de filias y fobias más allá de Bizkaia, es irrefutable su ascendencia en la sociedad vasca, su referencia integral, sus signos identitarios, su, como dijo Williams ayer al ganar la Supercopa “fe, corazón y orgullo”. Esas emociones intangibles que ofrece la identificación con un club donde, muchos de los que ayer gritaban sobre el campo de La Cartuja, comenzaron a defender y a honrar su escudo en edad infantil o cadete.

Desde aquí, a orillas del Mediterráneo es difícil asumir algunos de sus conceptos, pero la vida me ha conducido por senderos que me hacen encontrar experiencias convergentes. Fue en los inicios del siglo XXI cuando, por esas cosas que tiene la vida (como dice la canción), germinaron en mí ciertos sentimientos afines a un club que han fructificado en mí admiración intangible hacia el Athletic Club hoy.

Escarbando en mi propia historia, tal vez, no era tan estridente esta opción si eres parte del Levante U.D. desde antes de nacer.

Porque nacida en el Cabanyal, nieta de un aficionado del Fútbol Club Cabanyal, equipo predecesor del Levante UD, son varios los argumentos “culpables” de mi respeto por el conjunto de Bilbao.

Porque el Levante F.C. antes de su unión con el Gimnástico (y convertirse en el Levante UD), era un equipo cuyas señas de identidad era jugar a orillas del mar o a escasos metros del Puerto donde los barcos ingleses atracaban para, entre otros fines, compartir ocio con los habitantes de aquel viejo Poble Nou de la Mar a los que enseñaron a dar patadas a una pelota sobre la arena de la playa de la València, un lugar que entonces quedaba lejos, muy lejos del Mediterráneo.

Ese club forjado en una zona de pescadores y trabajadores del mar, estaba regido por algunos de los vecinos de la zona que alternaban su profesión con jugar al fútbol, que iba en bicicleta a los entrenamientos, que crecían sin apoyos de una capital que por entonces no era excesivamente cuidadosa con su fachada marítima ni con sus habitantes.

Aquel Levante F.C., en tiempos convulsos acogió también conversaciones políticas, sus huestes eran rebeldes, incisivas, valerosas que condujeron al club incluso a posicionarse en la contienda bélica civil generando a su alrededor una intrahistoria que lo condenó en parte a su desaparición cuando, tras la guerra y habiéndose proclamado campeón de la Copa de la España libre, se vio obligado a la unión con el Gimnástico, equipo referencia de la burguesía valenciana que vivía al otro lado del río Turia para fundar el Levante UD que hoy modula nuestra pasión futbolística.

Muchas son las controversias que ofrece esta, mi particular visión de la historia granota; pero, al fin y al cabo, es la que conozco y no solo por el trabajo magistral de los siempre amigos Emilio Nadal, Felip Bens o J. Luis García Nieves, sino porque es la que siento, porque son el recuerdo y la visión nublada de esas anécdotas que contaba mi abuelo las que hace que el Levante UD no sea solo un equipo de fútbol en mi coexistencia ni un club del que somos devotos en mi familia y vecindario.

Por todas estas (puede) “irracionales” razones, el Levante es para mí mucho más que un club, mucho más que un sentimiento, mucho más que un equipo de fútbol en mi interior y en mi entorno. Y por estas razones me enorgullecen los triunfos del Athletic Club de Bilbao, porque estoy convencida que si el viejo Poble Nou del Mar fuera hoy una ciudad y no un barrio de València, el Levante FC. tendria el mismo arraigo entre su sociedad que tiene el Athletic en Bilbao.

Vale, esta es solo una lectura interpretativa muy personal, esgrimida, no obstante, siendo consciente de la controversia que provoca este análisis subjetivo entre algunos colectivos de seguidores levantinos pero, así lo siento y así lo creo.

Ojalá el Levante disponga algún día del palmarés del conjunto vasco; mientras tanto, me enorgullece la sana envidia que es contemplar los rostros y sonrisas de las celebraciones de todos aquellos que forman la familia del Athletic (dejo al margen, que no sin mérito al cuerpo técnico, quizás, el colectivo más profesional y cambiante de un club con esas raíces, aunque este último triunfo del conjunto vasco será para la historia la “Supecopa de Marcelino). Así que desde aquí mi aplauso en forma de este conjunto de frases para jugadores, médicos, fisioterapeutas, utilleros, conductores, trabajadores del club, directiva, AFICIONADOS…, porque ellos saben lo que es sentir la pasión futbolística, ellos saben lo que es llorar en una derrota, ellos saben cómo pellizca un grito donde la “e” es el alarido que te lleva a caminar entre nubes, y ellos, por desgracia, poco habituados a los triunfos grandes siendo un CLUB GRANDE, saben mejor que nadie cuánta alegría ha embriagado Bizkaia desde la noche de ayer y cómo miles de personas, en esta coyuntura pandémica del 2021, tan carente de júbilo ha dormido y despertado en este frío enero llena de gozo, dicha y exultante de esa necesaria ¡¡¡FELICIDAD!!!... 

AUPA ATHLETIC!!!

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