El Covid y la realidad por Carles Francino

No voy a descubrir aquí mi amor por la radio. 

A veces suceden cosas y la vida te atrapa en una embarcación de la que es imposible huir, entre otras cosas, porque no luchas por escapar, estás cómoda y solo una ola te obliga a naufragar.

Yo he sido una privilegiada. Soy una privilegiada, porque sin un tono de voz sugerente, sin un sonsonete agradable, sin un abanico de matices en las cuerdas vocales, he disfrutado de la radio desde sus entrañas. Crecí escuchándola mientras mi madre cosía y mi abuela tejía algún jersey para cualquier miembro de la familia.

Más tarde, pocos entendían que, mientras estudiaba tuviera encendida la radio. Costaba creer que era capaz de escuchar aquellos primeros carruseles de baloncesto un sábado por la tarde inventados por García mientras repasaba griego o latín.

Luego llegarían las horas perdidas de sueño mientras me aficionaba a la radio deportiva nocturna. Una tendencia que se extendió a los programes emitidos en horas intempestivas. Siempre me ha encandilado la programación de varias emisoras cuando la ciudad duerme. En esas franjas de sueño, yo disfruto desvelada descubriendo historias que la vorágine del día no me permite saborear. Muchos de los mejores programas radiofónicos que recuerdo se emitían (o emiten) en momentos noctámbulos inaccesibles para muchos trabajadores.

Ni mi breve marcha temporal en 2006 de la radio, ni mi obligado adiós para disfrutarla desde dentro en 2013 con aquel despido pasivo, recortaron un ápice mi pasión por este medio de comunicación. Mis ídolos más reales son aquellos cuyo tono de voz te hechiza a través de las ondas. Mis periodistas referentes, hombres y mujeres, participan de mis vivencias y mejores momentos por su trabajo en la radio o por haber tenido la suerte de compartir esos instantes de gozo en un estudio de radio.

Ahora, que sigo siendo una privilegiada profesionalmente, me resulta imposible superar una jornada laboral sin escuchar la radio, distintas emisoras, diferentes programas. Me despierto con la radio y son muchas las noches que, mientras me dejo hechizar por Morfeo con un libro entre las manos, el sonido de fondo llega desde un pequeño aparato radiofónico.

Sin embargo, y a pesar de ser un regalo preferencial desempeñar mi trabajo actual, confieso que cada vez que me acerco a un estudio de radio el corazón late todavía más rápido de lo que en él es habitual (y eso es mucho). Participo de ella, pero no estoy en ella. Ahora también sería complicado ocupar otro rol en la emisora disponiendo de una voz que, indirectamente se ha visto afectada por un confinamiento que ha dejado como secuela días completos de afonía desde hace más de un año. Ha sido su revolución ante la covid, o ese silencio forzoso, no solo en la emisión de sonidos, sino también por la ausencia de expresión de emociones, sentimientos y palabras que permanecen en la garganta contraídas por eso de ser “diplomáticamente correcta”.

La radio es vida. La televisión es una máquina que crea sueños, pero en la radio esos sueños se imaginan, se fantasean y se viven con la nobleza que ofrece la imaginación, la ilusión e incluso la quimera de una utopía delirante.

Hoy ha sido la radio la que de nuevo ha referido mi momento del día. El instante que me ha recordado la importancia de la vida en una jornada en la que sigo desconcertada. Otro día en donde me cuesta identificarme físicamente, una jornada más en el que mi cuerpo y mente siguen sin lograr converger para poder encauzar este tramo de la travesía en armonía, con las fuerzas suficientes para que un rayo no me resquebraje o una tormenta no tambalee mis velas, mientras el temor a naufragar acecha inconscientemente como todos aquellos factores que no puedes controlar racionalmente cuando no eres poseedora del control de las riendas con las que domar tus emociones, tus sensaciones y hasta tus miedos, prejuicios, dilemas o contrariedades.

Estaba con mi despensa mental llena de conflictos cuando en la radio ha sonado la voz de Carles Francino en La Ventana. El periodista catalán volvía a su trabajo tras superar la enfermedad de la covid. Mientras diseccionaba emocionado su relato mis lágrimas iban brotando, cuánto me hubiera gustado escuchar hablar así a algunas de las personas próximas que hoy ya no están aquí, sí Reineta, en cada palabra oía tu voz.

Sin embargo, como avanzaba el monólogo que no era más que el reflejo de una historia en primera persona ,surgía en mí una hiriente impotencia ante tanto desvarío, ante tanto desatino, ante tanto absurdo.

Horas después, en otra emisora oigo otra noticia: en septiembre se podrían celebrar las fallas en València. Y casi en un mismo momento me llega otra información: se reunirán los ayuntamientos costeros con la Generalitat mañana mismo para extremar las medidas de prevención puesto que el próximo finde es fiesta en Madrid y parece ser que los “meseteros” quieren venir a la playa. Sí, no se trata de fobia a nadie, se trata de realidad. Aquí, a orillas del Mediterráneo tenemos que reforzar las medidas y la seguridad para evitar que se reproduzcan las indecentes y atroces imágenes presenciadas en lugares como la Puerta del Sol este pasado fin de semana.

Esa impotencia hiriente descrita anteriormente se ha transformado en un enfado grosero y despectivo. ¿En serio vivimos en un mundo civilizado? ¿De verdad habitamos un país desarrollado? Y como bien dice Francino, estas palabras no son hacer política. Esto va de vida y de muerte. Hace solo unas horas tuve que acudir a un hospital (nada grave), pero les aseguro que lo hice con miedo por lo que pudiera ver y lo que pudiera sufrir. Y no, no soy hipocondríaca, simplemente a veces mi cuerpo le gusta recordarme que requiere de mimos. Sí, es fuerte, pero se rebela ante el ritmo que le exijo siempre condenado a convivir al compás que marca mi mente, mucho más ágil y rápida en reaccionar.

Ante lo visto, llego la calma y entendí que sí, amigas y amigos, tenemos que seguir adelante. El último año y medio es una pesadilla constante, aunque estamos obligados a avanzar. Debemos asumir las pérdidas pero también luchar por las presencias y tamizar el dolor de las ausencias por el ansia de seguir navegando. No podemos poner puertas al mar, las olas siguen llegando a la orilla y volviendo al fondo para henchirse de vitalidad y fuerza antes de volver a romper contra las rocas o desvanecerse en un susurro al agonizar en su límite terminal.

Pero, por qué no razonamos y racionamos nuestras pretensiones, calmamos nuestros anhelos y afanes y volvemos a abrazar, retomamos lo perdido, bailemos si queremos pero por qué no tamizamos nuestros egoísmos. Al fin y al cabo, en juego, está …lo único que hoy tenemos: la vida..... aunque, a veces, cueste vivirla.

Esto solo quería ofrecer una introducción a esta intervención en La Ventana de hoy lunes de Carles Francino, aunque una vez más, ha sido imposible parar la catarata de palabras que, no sé muy bien por qué, han brotado desesperadas de mi mente ante esta pantalla al escuchar al maestro periodista. Respirar hondo y escucharlo y solo espero que logréis calmar la ira y, por favor, preservar lo único importante: la salud.

https://twitter.com/laventana/status/1391760590834749444?s=20

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