En un levante otoñal la parca se lleva a Carmen Alborch

Hay gente con la que compartes ideas y hay gente con la que descubres ideas. Personajes que te ayudan a cimentar tus principios, esos que te acompañarán siempre, porque se cruzan en tu travesía en el momento que estás abriéndote a la vida adulta mientras forjas tus propios pensamientos.

 

Suelen ser personas que conviertes en referente, personas que defienden ideas, personas que utilizan el poder de la palabra, pero que labran su eternidad en sus gestos, porque como dijo Woody Allen: “las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas”.

 

Carmen Alborch dijo e hizo cosas, muchas cosas, tuvo gestos, muchos gestos y todo lo hizo casi siempre sola. Por ello, fue pionera y es (y será) un símbolo para muchas mujeres que descubrimos, gracias a sus escritos, libros, discursos y gestos que “ser mujer es algo maravilloso y hemos de interiorizar nuestra dignidad y libertad, el respeto hacia nosotras mismas y la exigencia de que los demás también han de respetar nuestros movimientos, creatividad, espacio y sexualidad”.

 

De igual forma que nos ayudó a descubrir que: “vivir sola no es lo mismo que estar sola, ni sentirse sola ni ser una persona solitaria...porque…las mujeres solas no nos conformamos….ni somos militantes de la soledad”.

 

Audaz, pionera en todos esos ámbitos de una dilatada trayectoria que es expuesta hoy en casi todos los medios de comunicación que recuerdan que, la valenciana nacida en Castelló de Rugat, pero que se definía como “ciudadana mediterránea”, fue la primera decana de la Facultad de Derecho en Valencia, primera ministra valenciana de la democracia, concejal, socialista y amiga, que vivía en mayúsculas, con una sonrisa en los labios y una energía incombustible, nos ha dicho adiós.

 

Esta mujer “mediterránea” aglutinaba en su personalidad la luz, el calor y el vaivén que solo ofrece este Mare Nostrum. Tal vez por ello, era habitual verla pasear por el paseo marítimo del Cabanyal, el Canyamelar o la Malvarrosa, un distrito marítimo singular, luchador, con el que Carmen Alborch se solidarizó tanto en la ofensiva vecinal por su supervivencia como barrio.

 

Porque la exministra de cultura fue siempre enérgica y combativa, aunque la solidaridad no fue su única bandera. La mujer que hoy se ha llevado la parca, enarboló otras banderas: la del feminismo, la cultura, el coraje y la lucha, siempre la lucha “hasta el final” (como recordó el pasado 9 de octubre). Porque como sentenció en otra de sus maravillosas frases Alborch, “Hay que ser valientes, tener convicciones firmes, tejer redes y seguir los caminos de la reflexión. Porque el activismo no es incompatible con el pensamiento”.

 

Defender tus pensamientos, abrir senderos, saber que “aunque la vida no es fácil, el ejercicio de la libertad siempre vale la pena”.

 

Esta son solo algunas de las batallas que me vanaglorio de haber aprendido de mi familia, parte de la cual tuvo la fortuna de tener a Carmen, la socialista, la política, la amiga, como amiga, porque la también concejala de Valencia no olvidaba a aquellas personas con las que compartió, en un momento determinado de nuestra historia, alguna cruzada, conocidos a los que saludaba efusivamente, aunque hubiera pasado meses o años sin coincidir en un mismo espacio.

 

Carmen Alborch, la mujer que hechizaba a sus alumnos y abrumaba a mindundis eclipsados por su personalidad, disponía del respeto incluso de sus adversarios políticos y amaba la cultura en todas sus facetas. Carmen, la mujer, se ha marchado hoy; aunque su legado no perecerá jamás porque abrió caminos, rompió fronteras, iluminó senderos inescrutables por la mujer, sonrió a la vida, cultivó el alma, el pensamiento y la conciencia y nos enseñó que en la vida “es imprescindible la lucha y la esperanza por una sociedad mejor y más igualitaria”.

 

Esa sociedad por la que, quienes tenemos como referente a Carmen Alborch, tenemos la obligación de intentar mejorar, porque siempre habrá un motivo que nos evoque la jovial imagen de quien, ante todo, fue una mujer valiente, impetuosa, perseverante, de eterna sonrisa, a la que durante “un levante otoñal… vino a buscar la parca” para llevarla “entre la playa y el cielo. En la ladera de un monte más alto que el horizonte….Cerca del mar”, porque ella, Carmen, nació, vivió y se eternizará por siempre…”en el Mediterráneo”.

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