POR FAVOR

En octubre de 2017, pocos días después del 1 de octubre vivido en Cataluña escribí el artículo No a la masa, sí a la palabra”. Hoy, 16 meses después, tras leer las declaraciones en La Vanguardia de Joan Manuel Serrat en las que apela a la necesidad de empoderar a la palabra y convivir a diario el momento de crispación y ruido con el que la política está enturbiando la convivencia social, quisiera recuperar algunos de los fragmentos de aquella reflexión. Sin ningún objetivo salvo el “gritar” un POR FAVOR.

Aquel artículo comenzaba así: “A veces, como bien dejaba entrever mi amigo Felip Bens, yo también vivo alejada del blanco y el negro”. Era este un excelente artículo publicado en el periódico digital Valencia Plaza, en el que el escritor y periodista del Marítimo expresaba el “peligro” que engendraba por aquel entonces, incluso en tu entorno más próximo, opinar, hablar, comentar. “A acción reacción y a la palabra, el insulto y la vejación por ser “blanco o negro” escribía Bens.

En esos momentos yo también confesaba escribir con miedo, con el corazón pellizcado y las emociones demasiado alteradas, más o menos como hoy, cuando sigo sin entender el sí o no como única respuesta, el tú más o el conmigo o contra mí.

La palabra conlleva más poder que la simplicidad con que la envilecen quienes carecen de la valentía para usarla adecuadamente. Es más fácil el grito, el vocerío, la desidia o…la acción para exacerbar sentimientos pasionales que nos conducen hasta objetivos alejados de la rutina de cualquier ser humano al que, por otra parte, enturbian su bienestar social, personal y hasta psicológico; aunque eso sí, su mal uso (el de la palabra) facilita el control (incluso mental de la sociedad) a aquellos que la banalizan.

Muchos y muchas llevamos meses opinando simplemente en el entorno más cercano de casi todo. No queremos perder amigos, tememos las reacciones por emitir públicamente una opinión (por tanto, totalmente subjetiva y ante la que se puede comentar sin necesidad de discutir) en cualquier reunión e incluso en nuestras cuentas en las redes sociales, es decir, somos nosotros mismos los que nos autocensuramos…POR MIEDO.

Sí, con (lo más seguro) o sin (poco creíble en esta coyuntura) pretenderlo, la virulencia política de quienes ocupan cargos de visibilidad de forma irresponsable nos ha llevado a que nosotros mismos menoscabemos por nuestros propios miedos, eso por lo que mucha gente, como el poeta Miguel Hernández “nació, lucho y pervivo”: la libertad.

Vivimos un momento que parece que solo en casa o en la soledad del uno mismo podemos difundir los pensamientos u opiniones sobre determinadas cuestiones.

Si hace poco más de un año el “tema” de confrontación que centraba mi inquietud para esgrimir aquella reflexión mencionada al comienzo de este escrito, era lo que entonces se denominaba el “asunto catalán”, (como eufemísticamente se mal adjetivó una situación que, el tiempo ha seguido demostrando lo allí ya dicho, va más allá de Cataluña), ahora, en febrero de 2019, la coyuntura ha hecho extensible este temor a expresarse en casi todos los asuntos que envuelven nuestra cotidianeidad. Se discute ávidamente por verbalizar cualquier opinión de cualquier tema.

Todo está envuelto en un halo de crispación (maldita palabra y que miserable el interés por recurrir a ella).

Sí, aquella publicación de hace poco más de un año en mi blog y su argumento principal han quedado en minucia porque es mucho lo que ha crecido la división político-social en esta sociedad que nos acoge. Recurrir a las emociones y extremismos conlleva unas consecuencias que, estas últimas semanas e incluso meses, no dejan percibir un camino de convivencia fácil.

Conceptos mínimos como el hecho de ser mujer y opinar como tal te convierte en un…ista, y ya se sabe que todo lo que acabe en estas tres letras es ya motivo de enfrentamiento.

Sin embargo, utilizar las emociones para alterar a la masa es un recurso arcaico del poder, o de quien pretende conquistarlo, pues su uso provoca exaltación de esos instintos irracionales que, colectivamente, conducen únicamente a la agitación, exaltación, ansiedad, alboroto, revuelo y desorden.

Por ello, no son precisamente ignorantes los que han decidido recurrir a romper el pudor de la dignidad utilizándolos. Todo lo contrario. Estos individuos con sus portavoces en los medios de comunicación y agentes en las redes sociales, han puesto en práctica aquello de que “la piel es de quien la eriza” de, no recuerdo el autor, como la mejor manera de movilizar a la masa, es decir, a ese conjunto de individuos que resulta tan fácil de exaltar, irritar y enfurecer como adormilar, distraer o callar, en definitiva, manipular, como mejor les convenga, desde el control de la emoción.

Movilizaciones, enfrentamientos, polémicas, altercados, así es nuestra rutina…pero, dónde ha ido la palabra, el debate, el consenso, la tolerancia, el entendimiento.

¿Dónde está la palabra?

Una vez más creo necesario recomendar la lectura del libro de Elías Caneti “Masa y Poder”. En él el pensador búlgaro-alemán emite mensajes que nos ayudan a entender el porqué de esta coyuntura, a pesar de estar escrito en un momento especialmente revolucionario y doloroso el pasado siglo XX.

El Premio Nobel de Literatura en 1981 ofrece en la mencionada obra sentencias que nos ayudan a reflexionar, entre ellas, en esta reivindicación personal de la palabra que es este artículo, personalmente destacaría dos.

La primera de ellas responde a la escasez de una perspectiva amable y tranquila que Caneti expresa así: “nubes de palabras usadas, ¿qué lluvia van a dar?“. La otra frase, solo por su contenido, me origina temor a las puertas de un fin de semana que se antoja excesivamente disgregador y que, como mujer, ciudadana, hija y ser humano que habita en esta España del año 2019 me causa mucho desasosiego, cierto estupor, bastante inquietud y mucho temor: “callaron las palabras, desaparecieron todos los motivos y ya nada tenía explicación“.

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