El Sueño que Mató la Realidad

Aquel silencio dolió por inesperado. Los continuos destinos laborales le habían llevado a disponer de una amplia agenda de conocidos, pero exigua en ese reducido colectivo que se pueden considerar amigos. No era prolífica en compañeros de ayuda permanente, mimos improvisados y presencia perenne. Su reservado carácter la hacía ceñir su afecto a pocos de esos seres  con los que tropiezas de forma inesperada y con los que tejes lazos que convierten en definitiva una amistad.

Sin embargo, él sí era uno de ésos. Pertenecía a ese grupo de compañeros de vida que buscan resquicios en las murallas que, a veces, todos creamos en épocas de necesidad de aislamiento que muchos buscamos para reflexionar, recuperar fuerzas o  encontrar motivos para seguir.

La globalización del siglo XXI tiende a un individualismo donde, en ocasiones, es esencial acercarse para encontrar en nuestra cueva interior el escudo protector de un entorno circundado a las preocupaciones y los problemas cotidianos, con el único fin de recuperar el brío y la llama que encienda cada día la ilusión por ver un nuevo sol cada mañana.

Él parecía ser uno de esos incondicionales permanentemente presentes desde que, uno de esos nuevos destinos laborales a los que ella estaba acostumbrada por la volatilidad de su profesión, los reunió profesionalmente.

Durante varios años, casi sin pretenderlo, forjaron una amistad que se antojaba inquebrantable, capaz de supervivir incluso a las tentaciones animales que, a veces, ese cariño que nace desde la cercanía de la rutina de una relación profesional, tienta a traducir en seres de sexos opuestos en pasión o deseo animal indomesticable.

Nada parecía capaz de quebrar aquella extraña relación de dos personas tan alejadas físicamente en sus rutinas como dispares en personalidad, sentido común y eso tan sencillo, pero tan imposible de educar, como es la forma de entender la vida, amar la vida…vivir la vida.

Convivían en paisajes geográficos contrapuestos, entornos distintos, horarios incompatibles e incluso gustos antagónicos; sin embargo, crearon un mundo conjunto alejados física y mentalmente pero, donde el intercambio mensajístico que las tecnologías del siglo XXI permitían para entablar “extrañas” relaciones, les hizo crear una realidad virtual en la que compartir momentos. Un lugar donde ella habitualmente se personaba en la penumbra de la luz de la luna y él se asomaba mientras el sol lucía en lo alto.

Con vidas plácidas, amores casi perfectos, trabajos absorbentes pero también algún que otro anhelo que marca la vida de cualquier ser humano que transita por este universo, iniciaron una relación que viajaba en el espacio internauta. Simplemente conectaron a pesar de y sin embargo.

Cada jornada resultaba un misterio adentrarse ante el blanco de un documento para compartir una preocupación, una felicidad, una anécdota, una curiosidad con la que completar el intercambio de tareas profesionales. Al fin y al cabo, era la profesión que ambos desempeñaban su único nexo real de unión desde dos hemisferios contrapuestos en dos distintos continentes.

La extraña amistad también vivió pasajes confusos, momentos en los que la distancia física contribuía inevitablemente a engrandecer la distancia emocional. Sin embargo, sin pretenderlo fue esa fluidez comunicativa la que permitía, otras veces, que surgieran momentos donde era, casualmente, ese alejamiento el que acercaba sus sentimientos. Ambos, en su feliz próximo mundo cubría sus necesidades vitales, emocionales, físicas, animales y humanas.  Al otro lado del papel simplemente habitaba un extraño que le ofrecía a uno y otro la posibilidad de verbalizar pensamientos, inquietudes o sentimientos difíciles de transmitir en gestos a seres cercanos en la cotidianeidad en que ambos se sumían diariamente.

Ella aparcó el diario que escribía desde niña para volcar su interior en largas cartas a un invisible receptor al que vagamente ponía rostro y a quien, en las escasas distancias cortas en que coincidían, parecía no reconocer.

Él se acostumbró a esa relación epistolar como el que asiente cada semana a un episodio nuevo de esa serie televisiva que se convierte casi en perpetua donde cada día había una aventura diferente. A veces opinaba, en otras se atrevía a transmitir consejos y, en ocasiones, se sorprendía así mismo abriendo sus pensamientos y anhelos a aquella desconocida compañera de profesión a quien también él apenas era capaz de diferenciar físicamente entre la multitud.

No obstante, ambos sabían que si alguna vez el misterio de la distancia se rompía, nada sería igual. Si alguna vez sus cuerpos llegaban a sentir en la proximidad lo que, ocultamente, alguna vez, alguno de los dos (o los dos), había imaginado en sueños o duermevela, ya nada sería igual.

En la distancia llegaron a sentir verdadero cariño el uno por el otro. Hasta que llegó el día de aquella reunión en Alemania que reuniría a los directores generales de la empresa de todo el mundo. Allí estarían ambos.

Temerosos, inquietos, nerviosos, excitados y emocionados ambos acudían a aquel cónclave en el que, tras años sin mirarse a los ojos, volverían a reunirse. Ambos se conocían demasiado, ¿o quizás no?    Tal vez, solo conocían el uno del otro ese yo del que todos huimos, que todos somos pero que ni nosotros mismos reconocemos, ni tan siquiera desnudando el alma ante el mayor de los espejos.

Impacientes llegaron a la reunión. Se adivinaron entre la muchedumbre y se saludaron con dos tímidos besos de esos que se lanzan al aire impávidos en emoción.

Poco a poco, la gente fue abandonando la asamblea y, sin pretenderlo, en aquel estrecho pasillo coincidieron ambos. Juntos bajaron a la playa para, durante un inocente paseo, entre palabras distantes y fría conversación, intentar descubrir en el otro al emisor y el receptor ante el que cada día se desnudaban.

Cuando más cerca se encontraban, más distantes se sentían. Hasta que, sentados a orilla del mar, él puso su brazo alrededor de los hombros de ella y la aproximo hacia sí para posar tímidamente sus labios sobre su rostro. Ella se dejó acariciar y ambos viajaron envueltos en una ilusión animal a un mundo donde ninguno de los dos quería estar. Entre otras cosas, porque ambos vivían bajo un compromiso y una promesa ofrecida a otras personas a quienes, no solo amaban, sino que veneraban, respetaban e incluso idolatraban.

Esa noche, se alejaron incluso del mundo que entre ellos habían creado para convertirse en dos desconocidos que compartían un irrefrenable deseo furtivo y clandestino que ambos habían intentado que jamás fuera real.

Tras aquel íntimo encuentro donde sus cuerpos se sedujeron para devorarse, llegó el adiós de nuevo. Como ocurrió diez años antes, cuando se conocieron en otro país, otra reunión, otras circunstancias, otro entorno….

Durante un tiempo, ambos mantuvieron, no obstante, aquella relación mensajística. Apenas hicieron comentarios a lo experimentado en su encuentro carnal. Uno y otro, en silencio y durante meses, lucharon contra lo sentido aquella maldita noche. Entre otras cosas, porque fue más lo imaginado que lo real, más lo que quisieron sentir que lo que sintieron, más lo deseado que lo consumado.

No fue una noche perfecta porque fue en la cercanía cuando surgieron los fantasmas que les impidieron desinhibir su raciocinio y perderse en la lujuria que tal vez, los hubiera saciado para siempre de las fábulas creadas en sus mentes y que ahora les separaban.

Ante el blanco papel no existían fantasmas, sin embargo, tras aquel encuentro las sombras se erigieron tempestuosas en una amistad que quizás, solo nació bajo el argumento de vivir una fantasía. Porque todos en la vida, algún día de alguna vez tal vez necesitamos imaginar, construir y diseñar un mundo irreal donde la fábula albergue emociones y momentos que jamás serán reales, que jamás debieran ser reales…solo sueños, quimeras, espejismos, ilusiones porque….

“¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son”

Volver