Día 39 de #QuédateEnCasa

Hoy, tras dormir SOLO poco más de 4 horas de reloj (y no seguidas) y después de acabar el dramón del libro de Víctor Frankl en las que, narra cómo prisionero en un campo de concentración intenta buscar razones para continuar adelante con dignidad, su lectura me ha permitido abrir la conciencia y elegir como lección esta frase: "A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias..."

Vale, he recogido el mensaje.

Ahora estamos encerrados y privados de libertad (no solo de salir a pasear, también sufrimos una reducción de otros derechos fundamentales, pero eso ya lo comenté otra noche), vivimos una coyuntura que nos está provocando demasiadas muescas y casi lo único que disponemos enclaustrados en nuestras casas es nuestra capacidad para ser timonel del barco de nuestras emociones. Elegir con qué actitud afrontamos las próximas semanas de confinamiento, eso sí es exclusividad nuestra.

Con esta reflexión asumida al alba, mientras comprobaba que el día anunciaba la compañía del sol (cómo necesitamos al astro rey en este rincón del Mediterráneo donde nunca ha sido tan altivo ni se ha hecho tanto de rogar como en esta incipiente primavera), me he propuesto redirigir mi estado anímico de los últimos días y no fagocitarme con la melancolía para estar llorona, holgazana, aturdida e incluso con altibajos físicos solo fruto de la somatización de una situación no asumida.

Naciendo el sol en este festivo lunes en València, he recordado las razones de esta aislamiento físico para hallar en mi interior el motivo, las razones y las personas por las que es necesario experimentar esta etapa.

No obstante, a veces hace falta más, entonces, hay que replegar velas y recomponer el espacio, unificar comportamientos y crear premisas. Ahí van las mías:

Regla primera: no rememorar ni encumbrar el ayer; no echar de menos aquello que nunca ha dependido de mí; no notar a faltar abrazos no recibidos ni entregados (ya habrá tiempo de vivirlos en presente); no perderse en lo que fue.
En definitiva, desprenderse de los días pasados y esquivar la nostalgia.

Segunda regla: robarle tiempo al tiempo y hacer lo que se me antoje en cada momento: ejercicio, estudiar, sestear, trabajar, arreglar cajones, cantar, comer lo que me apetezca y, muy importante, cuando me apetezca (si cojo un par de quilos no está mal porque creo que las últimas semanas alguno he perdido y no era ese mi objetivo ahora); quitar los chándales de mi vista (tengo pantalones cómodos y anchos para poder estar cómoda en el sofá sin necesidad de vestir el “uniforme deportivo doméstico”); silenciar las alertas informativas que recibo permanentemente por mi situación profesional actual; elegir la música que me permita canturrear (a ver si así recupero el equilibrio en mis cuerdas vocales, aunque esto con control, no vaya a ser que el sol se espante y vuelva a esconderse).
Es decir, aflojar esa tensión permanente de cumplir con “obligaciones” solo por mi impuesta bajo el temor injustificado de no poder “perder el tiempo”.

¿Por qué no perderlo? Perfectamente puedo acabar esta etapa de prisión forzada sin haber cumplimentado ningún módulo del máster, ni sabiendo más inglés, ni teniendo el récord de lectura de libros, ni habiendo perdido amistades por haberme excedido recurriendo a ellas a cada instante que se asomaba la angustia psicológica.

Tercera norma: Alejar la tentación de diseñar un futuro incierto. Atemperar la impaciencia. Fuera planificaciones. Hay que intentar no fantasear sobre qué haré, a quién veré, dónde iré… No sirve de nada solidar quimeras o ilusiones que ahora solo son alucinaciones utópicas.

Con estos motivos de resiliencia, el siguiente paso es hilar los mimbres para asumir esta incómoda coyuntura y dejar de apelmazar reflexiones que, en lugar de inhibir, esbozan un llanto vacío perenne.

No suelo ser cabezota, pero sí constante y, tras atisbar un posible naufragio, mi determinación ahora es serpentear las galeras para rescatarnos (rescatarme). Voy a adoptar (al menos intentarlo) otro talante en una semana que no viviremos el cumpleaños de Nerea juntos mañana, ni viviremos un San Jorge con tres onomásticas en la familia. Esta es la realidad.

Pero mientras la vida sigue sin permiso, solo nos queda dirimir si queremos ser presos del miedo o sus fugitivos para desprendernos con ello de los días pesados y no caer en los brazos del tedio y la ansiedad.

Podemos quedarnos sin fuerzas en el intento o perdernos en bagatelas al tantear nuestra propia rebeldía con nuestro otro yo.

Yo confieso que tengo miedo a ese “otro yo” que, en demasía, le gusta relamerse heridas que a veces solo son rasguños. Ese “otro yo” es cobarde, débil, pueril, solo apuntaba madurez, pero se resiste a ella, quizás por no perder su control sobre esa Yolanda que, a pesar de su inseguridad y pavor, siempre quiere volver, sentirse junco y, quebrar esos huracanados vientos ante los que con facilidad puede doblarse o resquebrajar, pero nunca romperse (en parte gracias a muchos de vosotr@s).

Esa, esta, es la que se ha empeñado en tomar el control, recuperar algo de aquella Adriana y esa Verónica, rescatadas hace poco, que en el pasado relativizaban las inquietudes y daban tregua a la nostalgia catalogándolas como nimiedades o grandes desastres. Ellas eran capaces de convertir en alegre anécdota una grave discusión profesional o una ruptura amorosa, ironizaban ante el desastre de pinchar una rueda de camino a una cita, quemar un vestido con la plancha, o superar con alguna tara una rutinaria revisión médica.

Por todo ello, no lanzo promesas, solo intenciones de arrancar una nueva mini etapa en esta lánguida época de confinamiento. Ya hemos cruzado el invierno y, aun sin vislumbrar todavía una radiante luz, solo sé que quiero querer a rabiar a mi gente, quiero sentir y quiero vivir y no cobijarme cobardemente en cuatro paredes, tres amigos y las faldas de mamá (mamá, esto es una frase hecha, ¿eh?, ya sé que siempre están tus faldas para acunarme. -Sorry amigos, pero resulta que mi madre lee también esto de vez en cuando y no es plan de afligirla ni de que se enfade por sentirse “apartada”-. Mamá yo también te quiero).

Así que, sin juramentos y solo con intenciones, esta semana que se aventuraría con sacudidas emocionales, voy a afrontarla con esa energía que tamiza la angustia y la congoja y compatibiliza el hastío y la desgana con la ilusión de seguir un día más aquí, oteando la realidad desde otra perspectiva porque, como escribió el poeta alemán Gottfried Benn “el ojo mira hondamente al horizonte que la verticalidad ignora”...

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