Día 42 de #QuédateEnCasa

Otro día de vaivenes, 23 de abril, Sant Jordi. En esta jornada, no solo es el día mundial del libro, sino la onomástica de 3 de los hombres de la familia. Una fecha siempre de excelentes recuerdos que además abarca otros acontecimientos como la boda de mi hermana pequeña (hace hoy 15 años) o algo que puede ser más baladí pero, enamorada de la ciudad como lo he estado (creo que todavía lo estoy) el día grande del libro, una diada especial en Barcelona que he podido vivir in situ dos veces.

Y una fecha, el 23 de abril, que todavía me evoca una sorpresa más experimentada. Fue el día que pude ver en la Feria del Libro, una tarde como la de hoy, el libro Pessics del Marítim que tengo el honor que me permitiera, mi siempre querido y estimado tío Pep Martorell escribir junto a él a cuatro manos, en una estantería de una Feria que se lleva siempre un pellizco elevado de mi presupuesto mensual de abril. Recuerdo haber hecho incluso una foto. La oportunidad después de presentarlo e incluso firmar algún ejemplar en la Fiesta del Libro es uno de esos momentos que con el tiempo se retienen en la memoria con una sonrisa de felicidad imprevisible siempre adherida a aquella tarde de abril del 2014.

Comienzo el significado del 23 de abril con la felicitación familiar.,

Hemos de reconocer que en mi casa no somos mucho de misa y santos pero sí de la tradición de celebrar las onomásticas. Y así, al igual que San José es el día de la familia materna, San Jorge es el día que hemos “heredado” por parte paterna. Porque la tradición familiar unió a los Damià con el nombre de Jorge por mi abuelo paterno. Él, músico y aficionado a la Zarzuela, tenía en la obra Marina de Emilio Arrieta una de sus piezas preferidas, en esa obra los protagonistas son tres Pascual, Marina y Jorge. Mi abuelo se llamaba Pascual y decidió poner a sus hijos los nombres de los otros dos protagonistas. Por esta razón, mi padre se llama Jorge.

No es costumbre familiar “heredar” el nombre de generación en generación; sin embargo, cuando nació mi hermano, mi madre se empeñó en llamarlo Jorge simplemente porque le gustaba el nombre, independientemente de que fuera el de su marido. Y así fue como mi hermano pasaba a ser el “xordi” (Jordi), para los que “apichamos” en valenciano (uff! esto es difícil de explicar para los no valencianos, pero digamos que es cómo en algunas zonas de la Comunidad el sonido de la “j” lo dejamos en “ch”, y aunque su ortografía es Jordi su vocalización es “xordi” –ch-).

Ya teníamos dos Jorges en la familia. La duda es si llegaría una tercera generación de Jorge a la casa. Es un nombre que nos agrada a las mujeres Damià pero, la vida nos deparaba una nueva casualidad y no en forma de tercera generación. La sorpresa fue que mi hermana comienza a salir con quien ahora tenemos la suerte que es mi cuñado y si, ¡Bravo!, para los que no lo conocéis, él es Jorge.

Con el cupo cubierto, la tercera generación ya no podía ser ni Jordi, ni Jordiet, por eso mi hermana eligió el nombre de Pau para su hijo, casualmente, el único nieto chico, con lo que lo de los Jorges por ahora ya es coto cerrado.

En fin, con estas premisas, ya imagináis que el 23 de abril es también una jornada familiar de las que el intercambio de regalos y las risas y bromas son generalizadas. Aunque, no vamos a mentir. No somos una familia que se caracterice por las risas (por los gritos sí, porque algunos tienen unos decibelios cuya presión sonora es…mmm…¿elevada?), pero desde la perspectiva de este confinamiento, e incluso antes, la piña que formamos es un privilegio. Somos pocos, nos enfadamos o reñimos igual que nos achuchamos, pero compartimos por igual los momentos de aflicción que de alegría y no nos cansamos de estar juntos, a pesar de los devaneos que a veces provoca la convivencia. Somos imprescindibles cada uno para cada cual y todo lo celebramos juntos.

Además, eso de ser el “día del libro”, ya imagináis con lo explicado un poco más arriba sobre mi emoción por haber tenido la oportunidad de vivir desde dentro la Feria del Libro lo que representa esta jornada. Un día que además, por esas circunstancias de la vida, lo he podido disfrutar dos veces en la ciudad condal.

Para el que siente el Mediterráneo en la piel, Barcelona en Sant Jordi simboliza toda la riqueza cultural de nuestro Mare Nostrum. En las ramblas el olor a rosa y el aroma que llega del mar traslada las emociones a las fantasías que te transportan a otros mundos, para protagonizar aventuras, romances, historias o leyendas.

Hoy, en una genial entrevista que ha ofrecido Javier Cercas en el Telediario de TVE al mediodía ha resumida la literatura con algunas frases que, rápidamente, he recogido por la fuerza de su sentido. El escritor, último premio Planeta con una novela que, casualmente ayer comencé a leer, Terra Alta, ha contextualizado la etapa de confinamiento que vivimos como una semilla en el seno de la literatura porque, entre otras cosas ha dicho que “en un mundo feliz no existiría la literatura, por eso, esta época tan tétrica está siendo tan prolifera para escribir”.

Cercas ha ido más allá y se ha referido a los escritores (y ha incluido a los periodistas, tal vez solo identificables en la primera parte de la oración) como “esas bestias carroñeras (aquí es donde creo que refería a los periodistas) que convierten el dolor en belleza, por eso entre tanto dolor ahora en la calle están brotando o mejor, sembrándose, piezas que muy pronto brillarán, como ahora lo está haciendo ya en la música algunas composiciones creadas estas últimas semanas y de una hermosura esplendorosa”.

Javier Cercas se ha referido así a la añoranza que le ofrecía no estar hoy, 23 de abril, firmando libros en Las Ramblas de Barcelona. Intento imaginar su aflicción como la de decenas de escritores porque, reitero, la excepcionalidad de una “fiesta” de la cultura que deja una avenida repleta de gente, de colas, de libros, de flores…

Yo he vivido dos veces este día en Barcelona. Un 23 de abril fui invitada por mi añorado amigo editor Josep Forment. Sinceramente creo que fue uno de los mejores días que he vivido, aunque también es verdad que en este aislamiento magnificamos los recuerdos, pero con anterioridad a esta situación ya elogié en algún artículo mi gratitud y la delicia con que experimenté aquel día.

Anteriormente había disfrutado de un 23 de abril a Barcelona de una forma casual, mi estancia allí era por…mmm…”motivos personales” (y dejo que cada cual imagine, ya se sabe, en un 23 de abril, la imaginación ha de abrirse a la posibilidad de fantasear con plena libertad). Durante toda la mañana estuve paseando de aquí para allá por las Ramblas, hice colas para que me firmaran libros, acabé el día con varios volúmenes repletos de relatos con los que soñar y un buen ramo de flores, no solo porque a cada libro se te regalaba una rosa sino porque además del gasto extra que hice ese día a través del Sr. VISA, muchos de los libros y las rosas fueron un “regalo”.

Ambas visitas las rememoro ahora, no con nostalgia, sino embriagada de plenitud y dicha por haber tenido la oportunidad de haber disfrutado de lo que consideré una oportunidad única y que, desde contextos diferentes, he podido repetir. Y espero poder repetir a experimentar esa vivencia extasiada de “perderme” un 23 de abril en Barcelona una tercera vez.

Sin embargo, no todo ha sido relax en este día. El dichoso fútbol me tiene hasta las narices. Y hoy ha sido otro de esos días que entre protocolos, reuniones UEFA, declaraciones de unos y otros, etc; y, aunque me confieso, no solo aficionada y profesional “colateral” (por eso de trabajar en el periodismo deportivo) enamorada de todos esos valores y principios irracionales que embrujan al que vive el fútbol con pasión, estoy cansada de llevar con el mismo tema prácticamente una semana.

No obstante, entre información e información, te cae la posibilidad, hoy 23 de abril, de acceder a lecturas recomendadas desde el espectro futbolístico, así que, esta noche voy a hacer algo que no me gusta y es aparcar un libro, (Terra Alta de Javier Cercas que, como escribía antes, cuya lectura inicié ayer) para comenzar otro que me ha atraído por la forma en que me ha llegado.

A veces sucede, de repente escuchas una historia, te cautiva y te seduce totalmente. Así que, en un día en que he acumulado más de una decena de libros a precios módicos (los he descargado en ebook, yo soy más de papel pero confieso que desde que tengo el ebook, siempre me acompaña en el bolso y me he convertido en auténtica devoradora de novelas hasta llegar a disponer de un catálogo, hoy engrandecido de nuevo en exceso, que necesitaría decenas de confinamientos para poder completar su lectura) voy a comenzar “La ciudad de la lluvia”, una historia en la que hay un “mar de fondo” futbolero con el hechizo del suspense y la intriga de una novela negra. Además, al acceder a la obra y llevar un cúmulo de descargas “un poco alto”, junto al libro se te descargaba una rosa en un papel. Es decir, tenía que leer este libro.

Son detalles, pero en este encierro hay detalles de un encanto embriagador.

Acaba San Jorge, la onomástica de 3 de los hombres más importantes de mi vida, el día del libro y el día grande de Alcoy, la tierra de los Moros y Cristianos. Otra festividad que también tuve la suerte de vivir en directo, además desde un lugar totalmente privilegiado, fue en 1999 cuando participé como guionista en la retransmisión de la fiesta grande de la localidad alicantina por la televisión autonómica, entonces Canal 9.

Vivir desde el balcón del Ayuntamiento con la perspectiva casi perfecta de la calle de Sant Nicolau la jornada fue otra de las exquisiteces que he podido acumular en mi libro de vivencias un día como hoy.

Aunque, para mí las fiestas de Moros y Cristianos siempre había sido un embrujo desde que siendo muy pequeña tenía la oportunidad de vivirlas en Cocentaina, el lugar donde una rama de la familia Damiá vive, nació y se sigue expandiendo. Con ellos, mis tíos y primos, he disfrutado desde la Diana a la “entrà” en pleno mes de agosto. El color, la luz, la música convierten esta festividad en un abanico de riqueza cultural.

Por eso, ya desde pequeña me imaginaba vestida de mora en una filà haciendo de cap de escuadra. Eran ilusiones utópicas porque las mujeres tardaron mucho en poder desfilar en Moros y Cristianos.

Sin embargo, ya lo dijo un célebre escritor, Óscar Wilde, “ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad”. Y se convirtió en realidad, no fue ni en Alcoy ni en Cocentaina, sino en el Marítimo, al meu poble, hace casi tres décadas. Por entonces, distintas agrupaciones decidieron organizar una jornada una vez al año que permitiera trasladar a las calles de la València Marítima algo de ese espíritu de mora y cristiana que tenemos muchas personas de esta sociedad mediterránea.

Mi padre era por entonces presidente de la Sociedad Musical Unión de Pescadores, mi hermano músico y mi hermana dirigía la banda de educandos. Un año ella, música y enamorada de la música, dejó el requinto, el clarinete y la dirección de los más pequeños futuros músicos para desfilar como mora. Al año siguiente fuimos casi todas las mujeres de la familia las que participamos junto a amigas y componentes de la Sociedad Musical para conformar nuestra propia filà.

Recuerdo vagamente las sensaciones. Creo que crucé casi toda la larga calle de la Reina (digamos que el eje central del Distrito Marítimo) con mi espada al viento y a tierra, la capa balanceándose y yo desfilando sin vergüenza y con una rigurosidad que en mí, poco amante del baile, resultaba no solo sorprendente sino que parecía embrujada y es que así es Sant Jordi, capaz de embriagarte por el cariño familiar, la lectura de un buen libro, la recepción de una rosa o la calidad de la música de banda.

Con todos esos recuerdos, acaba este 23 de abril, con una enorme rosa como fondo de pantalla, otra (u otras) recibida en el móvil escapada de algún meme, una grande en el corazón con tres lazos, un nuevo catálogo de libros ansiosos de ser leídos y evocando esta imagen como “mora”, mientras suena de fondo la marcha XIMO que os invito a escuchar, disfrutar e imaginar porque a orillas del Mediterráneo, todos tenemos el alma “mora y cristiana”

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