Día 46 de #QuédateEnCasa

Hoy inicio este diario cuando ya hace un buen rato que ha entrado el martes 28 de abril. No obstante, para no romper la rutina y, como esta plataforma de “CaraLibro” te lo permite, asignaré el 27 de abril como fecha de este escrito.

Al fin y al cabo, si el auto compromiso de este diario era retratar cómo se desarrolla cada día de este encierro, el de hoy, lunes 27 de abril de 2020, para mí todavía no ha concluido. Porque, ¿se puede estar estresada encerrada en casa y sin, teóricamente, premura de horario para casi nada?

La respuesta es sí.

Os aseguro que hoy ha sido una de esas jornadas de realizar dos cosas a la vez, estar pendiente de la radio y televisión al tiempo, leer mientras hacía bicicleta, conectar dos pc y hasta hablar por teléfono mientras recogía la ropa del tenderete.

Y ¿qué hago ahora ante esta pantalla en blanco?, sinceramente no lo sé muy bien. Tal vez esperar que me entre el sueño y poder cerrar este lunes, aunque quizás me espabile y la larga noche se haga más pesada.

O puede que, simplemente, sea todo más mundano y la razón esté en ser demasiado taxativa con mis tareas y solo necesite instalar en orden el caótico maremágnum de pensamientos que inundan mi mente.

No ha sido un día apocalíptico. No vamos a ser exagerados ni catalogar así las labores realizadas, pero si ha habido un contenedor demasiado repleto de tareas.

En el trabajo, los hechos se sucedían sin demasiado agobio, aunque sí surgían informaciones que, poco a poco, hilvanaban noticias que había que recomponer, llamadas que realizar en una mañana en la que, desde el departamento de riesgos laborales se nos instó a realizar un curso online sobre el coronavirus y, después de un fin de semana aprovechando el sol e intentando desconectar (aunque ambas cosas no fructificaron en su totalidad), hoy era el día elegido para completar este curso.

Por cierto, tarea cubierta satisfactoriamente.

Eso ha sacrificado hoy mi clase de inglés, aunque ya sabéis que estoy siendo bastante laxa en el tema estudio.

Pero el compromiso con otros colectivos me ha conducido a estar también alerta o pendiente de otros cometidos al margen de mi trabajo, así que, finalizada la primera parte de la jornada laboral, tras una comida rápida (simplemente calentar en microondas) he cubierto los quehaceres que requerían de mi implicación profesional.

Mis padres siempre me dicen, “te metes en demasiadas cosas a la vez”. Mi respuesta es siempre la misma: “si tienes la oportunidad de colaborar desde distintos compromisos con diferentes colectivos es la única forma de seguir evolucionando como persona y profesional”.

A veces pasan semanas o meses sin necesidad de tu aportación en ninguno de esos grupos en los que, a pesar de desempeñar tareas un tanto relacionadas con mi profesión, son más labores que desarrollo por amistad u ocio que por ningún tipo de obligación.

Sin embargo, hay otros momentos en que, la casualidad o el azar, te conduce a una situación de embudo. C’est la vie, pero no por ello, hay que desdeñar de tu labor la responsabilidad adquirida con estos grupos que más que amigos son distintas familias con las que creas vínculos de confraternidad tan potentes como los lazos de sangre.

Ya estaba avanzada la tarde y cuando todo se aventuraba más ligero, llega un correo que te hace percatarte de que, ¡ay!, no has cumplido con eso que te enviaron. Ipso facto, te alteras y tu autoexigencia te rompe de nuevo el calendario de actividades de la rutina del encierro. Hoy no habrá yoga.

Te concentras en la labor y surge una llamada que te cambia el paso o hay algo que desvía tu atención. Parece que has logrado desinhibirte que ahora sí, vas a desconectar pero, no has sido precavida y has olvidado que es lunes y hoy también había que hacer…

Y miras la agenda vacía, buscas entre las notas porque todavía tienes pendiente completar aquel favor que te solicitaron, pero ya ha oscurecido, tienes algo de hambre y es necesario preparar el envío de previsiones a los compañeros.

Queda poca mecha y, sin embargo, el ritmo es elevado. He logrado compatibilizar la obligación profesional con las tareas colaborativas, queda todavía cumplir con un amigo que me solicitó una “ayuda”. Mañana no puedo dejar de responderle. Habrá que alterar de nuevo la rutina de esta extraña cotidianeidad aunque esta labor la ubicaré como prioritaria fuera de mi jornada laboral.

Ahora ya es demasiado tarde para casi todo. El cuerpo no soporta más apelmazados discursos o trabajos. Es en estos ratos cuando se requiere una luz tenue, un hombro donde reposar y permitirte ciertas lindezas: un poco de chocolate, una música tranquila, ¿alguna película que te pueda enajenar? No, ahora ya es deshora y la opción televisión va a alargar más tu insomnio. Dudo de sentarme ante esta pantalla… ¿se hará tarde?, seguro; no obstante, aquí estoy y, como decía al principio, no es por vosotros, es por mí. Esta está siendo mi válvula de escape, mi mejor terapia para concluir cada día…y ya son…¡¡¡46!!!

Menos enervada que al comienzo de este escrito confío en que vaciada la mente aparezca la somnolencia. No. Todavía no llegó. Sin embargo, cerramos este lunes 27 de abril. Me voy a la cama.

Con la luz tenue acompañando la lectura, quién sabe, igual surge ese amodorramiento que te mece levemente hasta que te gana el sueño y… mañana será otro día que puede llegar ingenuo o selvático, eso lo sabremos…mañana, porque, como dijo mi admirado poeta Antonio Machado, “si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”… y mañana tendremos que despertar con nuevos bríos.

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