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No sé quién fue el primero en utilizar esa frase tan manida de “nadie dijo que sería fácil”. Y así ha sido. El pasado domingo a estas horas me hallaba inmersa en un abanico de nervios e incertidumbre mientras me preparaba para volver a mi lugar de trabajo. Y no, no ha sido fácil. Inesperadamente no está resultando sencillo “desescalar”.

Por ello, hoy, siete días después entiendo perfectamente el concepto de desescalada vinculado a una imagen metafórica creada en mi imaginación que me ubica en una elevación de la que intento bajar por su pronunciada cuesta, con máxima prevención y recurriendo a medidas como llevar un buen calzado, colocar el pie de costado, intentar pisar tierra firme, inspirar profundamente, agarrarte a un brazo, tomar una mano…

Porque no es solo la palabra, es el concepto el que lo reviste de esa imprevista dificultad.

El primer día en mi lugar de trabajo fue como cubrir un maratón. Mis sensaciones no se acompasaban con el espacio físico en el que me hallaba. Las voces parecían gritos, un pequeño grupo de 3 personas me resultaba un gentío, la altura del techo del edificio parecía un horizonte. Las condiciones estaban alteradas, poco recordaban a aquello que dejé un 13 de marzo.

La segunda jornada no fue más llevadera hasta que recurrí a aplicar los consejos otorgados por especialistas y retomar el significado de desescalada y la necesidad de una recuperación de rutina de forma gradual. Después de casi cien días moviéndome entre un salón-comedor-cocina y una terraza de solo unos pocos metros, tener ante mí una sala amplía de varios metros me hacía sentir pequeña.

Me consoló saber que no era ninguna singularidad ni mis sensaciones ni mis “problemas” de adaptación eran únicos en mi persona porque el retorno había de ser progresivo para todos aquellos denominados como "sensibles de riesgo"..

Incluso, a la Real Academia Española de la Lengua le costó asimilar el uso de la palabra desescalada cuando un día de aquel lluvioso mes de abril en que se pronunció públicamente por primera vez recomendó el uso de vocablos como reducir, disminuir o rebajar, tras considerar que el término “desescalada” era un calco del inglés “to escalate”.

Sin embargo, el 27 de abril la RAE aceptó el uso de este término utilizado para referirse al plan de disminución de las restrictivas medidas de confinamiento e incluso hacía referencia al uso del concepto “desescalada terapéutica” que identifica una estrategia médica incluida en su vademécum para permitir su utilización.

Salir del claustro costaba y más haber de desescalar algo que no escalamos progresivamente sino que nos ubicó, casi ipso facto, en una alta cumbre en la que habríamos de convivir en aislamiento forzado durante toda la estación primaveral.

En esa cima donde convivía en soledad, no teníamos horarios ni permisos e incluso puede que, objetivamente, mi rendimiento laboral fuera mucho más productivo que lo ha sido estos días; aunque hay otras facetas que requieren de la presencia física para avanzar y en ese punto era necesario el reencuentro con compañeros.

Pero ha sido demasiado el periodo que nos ha mantenido entre barbecho y abstemia y es mejor dejar de conjugar en pasado para comenzar a hablar en presente.

Ante ello, hay que rechazar la idea de que el cuerpo es nuestro mayor enemigo porque, quizás en ocasiones lo sea, pero también es nuestro mejor aliado y como dijo, no recuerdo quién (perdón por el olvido) “se puede ser un luchador con el cuerpo de un cobarde”

Así que desde mis temores y mi cobardía, me erigí ante la adversidad que se perfilaba ante mí porque, a pesar de esa fragilidad corporal, me gusta asirme a la rama creada en mi imaginario que dibujé hace algún tiempo para asirme a ella y obtener la bocanada de fuerza que evita que me pierda en estériles regocijos en los que, otrora, convertía en espiral sin salida.

Vivimos un tiempo nuevo. Parafraseando a Albert Espinosa, nuestra coyuntura de junio de 2020 nos ha constatado que “cuando creíamos tener todas las respuestas, ha llegado el universo para cambiarnos las preguntas”.

Y el universo nos trae en este primer domingo de esta “nueva era”, la llegada del verano 2020, la celebración del Día Europeo de la Música y el Día Internacional del Yoga.

Desde hoy afrontamos un futuro con los 93 días con mayor tiempo de luz solar del año. Después de una oscura y tenebrosa primavera que incluso llegó a atenazar al astro rey, la fuerza del sol surge más potente y la necesidad de vitamina D más esencial.

El yoga, algo que descubrí por mi maestra yogui, Sonia Díaz Dela Coba, hace casi año y medio, se ha convertido en ejercicio fundamental durante el confinamiento y cuya práctica mantengo como receta que porta intrínseca un mayor control mental de esos vaivenes del cuerpo y de “lo físico”. Personalmente, el yoga me ha ofrecido esas pautas para examinar mis registros físicos e intervenir sobre ellos desde el interior, verificando sensaciones como nos invita a sentir Sonia.

Y qué decir de la música. Nacida en la cuna de las bandas de música, la combinación de notas para hacer música es uno de esos factores incrustados en mi ADN con un pasado como nieta y hermana de músicos. Yo me quedé en aprendiz con intenciones, porque, en aquellos inicios de los 80 en que ocupaba horas extraescolares aprendiendo solfeo en una de las bandas de mi barrio, ni el calendario de horarios de clases ni la accesibilidad al conservatorio cuando llegó mi época de instituto disponía de la flexibilidad con la que sí pudieron combinar mis hermanos sus estudios. Yo hube de elegir, me enorgullece mi pasado y mi entorno musical que incluye también haber sido hija de presidente de una de esas sociedades musicales de mi barrio. Por eso la música es una de mis inestimables permanente compañía.

Otra vez el mar, el Cabanyal, la familia, mis raíces…

Con estos parámetros, aunque el universo sigue su curso con nuevas inquietudes y, aunque todos seamos damnificados ante la presencia del maldito coronavirus, hoy que se inicia la tan manida “nueva normalidad”, disponemos del aliento para regresar o mejor, para iniciar, porque, como escribe en EL PAIS Elvira Lindo en un memorable artículo titulado “A qué pasado queremos regresar”, yo también andaba asqueada de aquello que era “demasiado mundo. Demasiado, demasiado veloz, demasiado ruidoso”. No, “nuestra vida antes de la pandemia no era la ideal”.

Así que, a pesar de la poca nitidez que nos circunda y la escasa esperanza en una sociedad donde reina la crispación e irritabilidad permanente, a esta hora de la noche y después de mis primeros baños de sol en la playa, me acojo a la utopía para comenzar esta segunda semana del retorno laboral dispuesta a que el aterrizaje del verano, al menos individualmente, me permita seguir inoculando fuerza para, como dice una canción “abrir puertas, cerrar heridas…pasito a paso en la senda”….para… “hallar la salida”.

Aunque cada quien elija cuál es su senda, su salida, su asidero y el lugar en el que sentir el placer del “goce de ganar”… porque “el fracaso es puro invento” si tu actitud no te deja aletargado y tu envoltorio está hecho de personas que te alimentan, te quieren y necesitas...

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