Retazos de vida, momentos imaginarios y algunas dosis de realidad

Junio va pereciendo y en este, su último fin de semana, aprovechas el regalo que te ofrece disponer de la oportunidad de conjugar la placidez del relax y la efervescencia de una intensa actividad.

La vida es así. Hay días largos pero vacíos y hay jornadas en las que posees una capacidad energética que te conduce a realizar infinidad de esas “pequeñas cosas” que, como cantaba Serrat, “te tienen a su merced”.

A su merced te sorprenden por ejemplo una noche serena de viernes que no preveía una nocturnidad repleta de algunas de esas “extrañas cosas”. A veces pasa, te duermes plácidamente rendida tras sumar varios días intensos, pero tu subconsciente no sigue esa candidez y prefiere “seguir su fiesta” mientras tú te crees acunada por Morfeo.

Esa indomable parte de la mente en ebullición altera una noche en la que, de repente, te despiertas sobresaltada de madrugada con imaginarias visiones inesperadas que te desconciertan. Son retazos oníricos sin sentido, en el que algún conocido se erige de improvisado protagonista de situaciones que en tu somnolencia experimentas como realidad a pesar de su sinsentido.

Vuelves a cerrar los ojos y de nuevo surgen fotogramas que te sobresaltan en otro despertar repleto de extraños arrebatos de fervor y algunas dosis de excitación, en el sentido asexual del término. El sentimiento en ese instante se asemeja a esa anormal sensación de notar los latidos del corazón como palpitaciones nerviosas que ubicas en ese espacio físico entre la garganta y el pecho.

Son solo soñadores cuadros que evocas al abrir los ojos ansiosa, pero, poco a poco, van remitiendo esas iconografías al tomar conciencia de la realidad y dejar en incomprensible las razones de ese insólito comportamiento incontrolable de la mente subjetiva.

En uno de esos despertares contemplas que el sol ya luce. El día se abre paso y decides disfrutar de la jornada desde ese instante, calzarte las playeras y bajar en busca de serenidad “vora mar”, a orillas del Mediterráneo.

No te gusta madrugar. Al contrario, siempre se te ha considerado no solo dormilona, sino una remolona para abandonar la cama. Sin embargo, hay días en que no domesticas los hábitos y te sorprenden infrecuentes impulsos que te conducen a buscar la calma que te ofrece un paseo matinal sintiendo el romper de las olas en tus pies en una playa casi desierta.

Con esa placidez después de un matutino paseo recurres a otra de esas “cosas” que parecen reservadas para épocas vacacionales, ingerir un copioso desayuno que incluye desde el tradicional batido de frutas, al bol de cereales pasando por unas tostadas. Vamos que, de repente, has engullido un desayuno más pródigo en vitaminas que algunas jornadas alimenticias de 24 horas cualquier día "normal".

Abrir el ordenador para repasar la prensa es el siguiente momento de placidez. Enviar algún correo y, puesto que dispones de esa energía que te ofrece una suculenta primera comida del día, te ocupas de las tareas de la casa, esas que, cuando la semana laboral es intensa, demoras en el tiempo. Al mediodía ya has acicalado toda la casa y se te abre un abanico de posibilidades.

Pero tú, con esas facetas que requería el hogar cubiertas, dispones dedicar ese tiempo a disfrutar de un buen rato de baños de sol antes de la siguiente actividad planificada en el horario personal de asueto para este finde.

Después, una comida ligera, un partido de fútbol completo y otro a medias, interrumpido por una inesperada siesta, esta vez sin sueños ni pesadillas sino con ese envoltorio de descanso máximo que, a pesar de la escasez de minutos dedicados a ella en comparación con la larga noche, se erigen extremadamente reparadores.

Ante el nulo interés por la programación televisiva, surge la opción playa para, desde la serenidad del atardecer, iniciarte en la lectura de un libro recibido esta misma semana como regalo de las manos de su propia autora.

Para los amantes de la literatura recibir como regalo un libro lleva siempre una carga de simbolismo implícita que convierte el relato en especial. Si además es un obsequio de la propia autora e incluye una emocionada y personalizada dedicatoria, su atractivo es irresistible y la historia te seduce antes incluso de abrir la primera página.

Así lo prevés y así sucede. Mientras, el sol se escondía y el gentío ya había desocupado la playa. Con el rumor de las olas al morir en la orilla de fondo te enajenas inmersa en la lectura de esa nueva historia creada por una persona de extrema sensibilidad y elegante dulzura que no solo respetas, sino que admiras profundamente.

El resto de la jornada lo cubres con la dosis oportuna de deporte y una cena rápida que te permita cuanto antes seguir disfrutando de una historia que anhelas acabar. Suele pasar. Inicias un relato que te embruja y embauca hasta convertirse en prioridad su lectura.

(Gràcies Iolanda Ibarra per tan bonic regal, gràcies per tan entranyable dedicatòria i gràcies per la teua tendresa per a escriure, per a contar i per a sentir i gràcies per la teua estima més d’amiga que de companya)

Con la mente conquistada por la lectura de “Amor i més amor” (creo que no había citado el nombre del libro de Iolanda Ibarra), la madrugada del sábado al domingo fue más corta en sueño; aunque más intensa en descanso, a pesar del jolgorio del joven vecindario empeñado en hacer partícipe a media finca de sus “diversiones nocturnas”.

Por una y otra razón, el domingo amaneces en horas más acorde a tu defecto de dormilona. Un paseo por el puerto, un arroz de mamá compartido con tus padres en su casa, tu hogar familiar, desde donde contemplas una nueva victoria de tu equipo de fútbol que convierte el domingo en otro buen día.

Las horas del fin de semana estaban casi consumidas pero no la agenda. Todavía quedaba dedicar tiempo a labores profesionales que te permite el teletrabajo. Detrás el sol, delante una pantalla en blanco que llenar de contenido, de fondo la radio y en televisión otro partido de fútbol y, al caer el sol, otro de baloncesto.

El día se cierra con la convergencia que te deja la calma del mar, el aroma y la frescura de la brisa marina y el disfrute de una buena lectura con la placidez de haber podido imbuirte en ella bajo los rayos del sol y ante la cobertura de la luz de la luna en un caluroso anochecer.

En unas horas comienza otra semana repleta de aconteceres que nos abrirá un mes de julio con 31 días por delante entre los que se encuentran también el inicio de unas vacaciones que, hoy por hoy, todavía están envueltas de incerteza; pero antes, tenemos siete ilusionantes jornadas que afrontar con la fuerza que el Mediterráneo te ha provisto en dos días donde la prioridad han sido “esas pequeñas cosas”.

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