En equilibrio

A veces cuando nos enfrentamos a nuestros miedos, estos desaparecen.

No recuerdo dónde leí esta frase porque en ocasiones escucho o leo una oración, la escribo en algún trozo de papel que guardo en la agenda y, aunque siempre intento apuntar el nombre del autor de la misma, hay momentos en que lo que plasmo es un resumen de un párrafo o el mensaje que este me provoca. Al abrir hoy la agenda ha volado esta frase escrita en tinta roja.

¿Casualidad? Sinceramente no lo sé, pero hoy confieso que estoy envuelta en tantos miedos que tengo la sensación de vivir como un funambulista que, ante el temor a la caída, sabedor que no hay red protectora que evite sus heridas, solo se siente protegido si permanece inmóvil intentando mantener un equilibrio que, a pesar del esfuerzo, no va a poder soportar ni la más ligera brisa.

Las últimas semanas, también tras una atenta lectura, decidí probar la táctica de prescindir de hacerme preguntas, para evitar cuestionarme sobre las respuestas y entrar en un bucle racional que solo lograría que olvidáramos el valor de las pequeñas cosas por utopías platónicas.

Porque cuando tienes pavor a las ausencias, desazón por la enfermedad o espanto al futuro, el mejor cobijo son las pequeñas cosas. Y estas a veces son taaan frágiles que para resguardarlas de arañazos y pellizcos solo encuentras como solución la pasividad y el instante, el confinamiento del corazón y con él el de los sentidos y las emociones. Son épocas que buscas como casi única calma entrar en letargo, cerrar los ojos, abrazarte a la almohada y confiar que solo amanezca cuando las pesadillas sean solo las que nos genera nuestro subconsciente en duermevela y no el análisis consciente de las circunstancias reales que nos cercan.

Intento afrontar los miedos, pero no, no han desaparecido. He fracasado. Estoy fracasando. Y estos días que todas las informaciones parecen empeñadas en invadirnos de un halo de esperanza (aquí está la vacuna, llega el dinero de Europa, etc.etc. etc.) están siendo jornadas complicadas para atisbar optimismo.

Y no, la coyuntura emocional no está generada porque nos hallemos metidos de pleno en el periodo navideño. Os aseguro que ahí sí he asimilado perfectamente las restricciones marcadas por la pandemia y solo añoro los abrazos no entregados, las sonrisas no compartidas, los besos no recibidos y las risas de los niños, a pesar de que cada vez son menos niños…Llevamos demasiado tiempo adaptando nuestras rutinas a las circunstancias y aceptando que, hoy, las cosas son como son, por ello no me enredan los sentidos el escenario en el que nos ha tocado actuar estos días de este pesado 2020.

Sin embargo, hay algo que me ha amedrentado obsesivamente y amilana cada pequeño pensamiento que intento razonar en perspectiva y es la impotencia. Ahí radica mi decepción, mi frustración y mi daño.

Por ello, es difícil que desaparezcan tus miedos cuando el elemento generador de ellos se empecina en jugar a equilibrista mientras tú eres sabedora que tus brazos no van a poder ser el escudo protector si una sigilosa brisa balancea el fino alambre en el que camina.

No, los miedos no desaparecen cuando te enfrentas a ellos, solo los ocultamos cuando además no somos poseedores de los pilares que los sustentan y eso duele taaaanto que a veces es mejor desnudarlos y buscar quien los hospede en otros lares, otros rincones, otras gentes….o simplemente los descomponga hasta desvanecerlos.

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