Y entonces, solo necesitó aire

Solo necesitaba que pasara el tiempo. Perdido en aquel rincón abierto al mar pero, sin embargo, ausente de aire, añoraba pocas cosas, pero una le resultaba esencial, necesitaba que el viento acariciara sus mejillas, la brisa alterara los mechones de su cabello… Le apremiaba abrir la boca y llenar de aire sus pulmones para…respirar.

 

Nadie dijo que sería fácil. Recluido en aquella atalaya, veía morir los días mientras ocupaba las horas entre letras, dibujos, imágenes soñadas y leves sonidos que llegaban desde la cercana lejanía.

 

Tras aquel tropiezo laboral decidió que, tal vez, era necesario cambiar de rumbo. Cerrar un capítulo de vida y buscar dónde hallar razones para seguir.

 

Habían pasado varios meses desde que recibió aquella estocada. Durante años libró varias batallas. La vida que diseñó era perfecta, en ella encontró acomodo a sus emociones, sus sueños y utopías. El presente inventado existía y servía. Hasta que llegó el golpe.

 

Aquella mañana al recoger sus cosas en la oficina tras recibir la carta de despido se percató de la artificialidad de su realidad.

 

Vivió tan pendiente del trabajo, el éxito fácil y la materialidad que permite alcanzar la cima rodeada entre laureles, que, ahora, ninguneado, doliente, se percataba que el mundo minuciosamente creado, no era hoy cobijo.

 

Era necesario cambiar de piel, aunque en esa metamorfosis pudiera enloquecer.

 

Decir adiós siempre crea remordimiento. Cerrar capítulos y saltar hacía otros lares provoca alteraciones. Su cuerpo lo sabía, su mente lo intuía y su corazón lo sufría pero olvidó el “no puedo”.

 

Tenía que ser valiente.

 

Sin embargo, ahora le faltaba el aire. En ocasiones, la catarsis regenera sentimientos, aunque es inevitable que sangren algunas heridas por las sacudidas emocionales.

 

Solo dos semanas después de perder su trabajo, su novia decidió que, tal vez, necesitaban un tiempo para descubrir el poder inexistente de un amor que solo fue un puñado de meses. Se conocieron en unas jornadas organizadas por la empresa en Madrid., el flechazo fue casi instantáneo, aunque el tiempo se había encargado de descubrir que el enamoramiento que los unió solo fue un pellizco pasional al que, tal vez en demasía, sucumbimos los humanos por instinto natural.

 

Ahora sabía que puede que, sí, quizás se disfrutaron, pero pocas, muy pocas veces, se sintieron.

La soledad a la que le había obligado aquella coyuntura le permitía muchas reflexiones. Algunas de ellas le ayudaban a crecer, otras simplemente eran necesarias para dejar lastre antes de iniciar una nueva travesía.

 

Escapó y construyó murallas inquebrantables en la que solo unos pocos quisieron buscar resquicios para acompañarlo en su retiro.

 

Sin embargo, ahora necesitaba respirar. El encierro comenzó siendo voluntario pero, una inesperada enfermedad, le obligó a abandonar cualquier tipo de actividad unas semanas.

 

Fue entonces cuando la meditación abrió heridas. Su fuerza estaba mermada y su, otrora, potencia psicológica se diluía agotada por la potencia del peso del cambio y la obligatoriedad que precisaba para caminar, comer, hablar….respirar.

 

Esa mañana ésa era su prioridad: buscar aire para inhalar y exhalar oxígeno. Decidió que, tal vez había llegado el momento y era irremediable una actuación mayor que abrir la ventana. Se calzó y bajó las escaleras pausadamente, las fuerzas aún eran mínimas pero había que intentarlo. Antes de cruzar el portal, cerró los ojos, alzó la cabeza y suspiró. Era imprescindible comprobar que ya estaba preparado, porque nada sería igual.

 

Abrió la puerta y descubrió que el sol estaba radiante, notó la caricia de la brisa alrededor del cuerpo, hasta la gente parecía risueña. Caminó los cien metros que lo separaba del paseo. Se acercó al borde del camino, contempló la inmensidad del mar, el brillo de su azul cristalino, le impregnó el olor a sal que, desde niño, le había embriagado para transportarlo a cientos de mares….dejó sobre la arena sus viejas alpargatas y comenzó a vagar por la orilla donde mueren débiles las olas.

 

Sin embargo, algo había cambiado. Él parecía haber abandonado su fragilidad, los primeros pasos fueron enclenques hasta que adquirió un ritmo menos endeble, cabeza al frente, hombros en alto…emprendía un nuevo sendero, iniciaba así una nueva vida…

 

Porque siempre hay motivos, solo hay que encontrarlos…Y, a veces, incluso aparecen sin ni siquiera irlos a buscar.

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