Despertó entre sus brazos, dentro de un círculo que era su más deseado rincón, su granero de paz. Solo rodeada por él e impregnada de su aroma encontraba calma, tranquilidad, reposo. Y todo, a pesar de ese continuo cosquilleo en la boca del estómago que le subía hasta la garganta en forma de escalofrío cada vez que sentía cerca su cuerpo.

Notaba el sonido de su respiración y ese incesante latir en que ella ahogaba cada inevitable suspiro que le provocaba el roce de su piel.

Él también temblaba junto al cuerpo de ella desde aquella tarde en que al subir al taxi se tocaron sus piernas, ¿o fue la rodilla?

Desde entonces, cada encuentro era un vaivén de sensaciones del que ambos huían. No cruzaban miradas, evitaban coincidir próximos, la distancia era el salvaguarda de una explosión emocional que, intentaban, fuera siempre evitable.

Pusieron puertas al mar. Cerraron camino a la pasión. Dominarían ese incipiente resquicio de amor.

La distancia ayudaría, el inexorable paso del tiempo contribuiría a diluir aquel atisbo de ese extraño querer. No podía ser amor, no les convenía que fuera amor, al fin y al cabo, el amor es una entelequia, una utopía…una aventura. Algo incontrolable que no se debían permitir.

Se lo habían repetido tantas veces que ambos estaban convencidos. Atracción, pasión, placer, esas irracionales razones eran la fuerza que les llevaba a querer devorarse a besos en cada casual encuentro.

Por eso, escapar de la tentación era la consigna. Nunca rozarse, jamás cruzarse los ojos en miradas cautivadoras, evitar la proximidad que permitiera inhalar su aroma. Jamás saltar barreras.

Hasta hoy.

Al notar su dedo índice recorrer su espalda le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Cuando él acercó sus labios hasta su cuello, el ritmo de la respiración de ella ya era incontrolable. Un simple suspiro, un insignificante gesto había disparado su excitación. Necesitaba llenarse de él. Ambos tenían tantas ganas de devorarse…desde hacía tanto tiempo.

Había pensado, soñado, imaginado cada segundo de ese momento y hoy, hoy, inesperadamente, ella despertaba entre sus brazos.

Abrió los ojos, miró alrededor, un tibio rayo de sol se colaba entre las rendijas de la persiana de la habitación, extendió el brazo izquierdo y….él no estaba. Despertaba de nuevo en una cama vacía.

Otra vez, todo había sido solo un sueño.

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