Juntos

¿Qué nos está pasando?

Sabía que al expresar aquel anhelo su mundo podría volverse del revés, pero el temor la había tenido demasiado agarrotada desde hacía tanto tiempo que la angustia era permanente.

A veces, el miedo a descubrir permite vivir con tranquilidad. Quizás la rutina es la salvación a hecatombes emocionales, pero un leve detalle puede romper esa vida en confort que el hombre necesita para ser feliz desde que decidió aceptar el sedentarismo (físico y emocional) como la mejor fórmula de vida.

Era un frío domingo de invierno pero el sol lucía radiante, caminaban juntos por la orilla de la playa. Pasear cada día festivo junto al mar era una de las escasas actividades que todavía les gustaba hacer juntos. Tras 15 años compartiendo vida, pocos eran los hábitos que continuaban disfrutando en mutua compañía, sentir la libertad que ofrece evadirte de los problemas cotidianos inmerso en un limpio paisaje seguía siendo una de ellas.

Pero últimamente esos paseos eran siempre en silencio. Cada uno se inmiscuía en su propio mundo, sus sentimientos, sus imágenes… Vivían juntos pero su universo era casi divergente.

Ella no podía evitar el dolor que causaba evocar otros domingos en ese mismo lugar, aquellas ahora lejanas emociones, las risas compartidas, los largos abrazos, sus dedos entrelazados en su cabello lacio mientras sentados junto al mar compartían silencios.

Otros silencios, otras ausencias, otros momentos, otros días…

Ahora para ella, el paseo dominical se había convertido en un ejercicio de resistencia. De vez en cuando se le escapaba alguna lágrima, pero él ni tan siquiera la percibía tras sus gafas oscuras. Quizás porque él también, mientras físicamente caminaba junto a ella, dejaba marchar lejos sus pensamientos, recordaba ese trabajo que no había cerrado, cómo había de enfocar aquel proyecto, solo de vez en cuando sentía un pellizco al recordar otro instante vivido en abundancia emocional en ese mismo escenario, cuando las puertas del paraíso parecían abiertas de par en par.

¿Qué nos está pasando?, él también se lo preguntaba varias veces desde su guarida creada para salvar aquella unión, pero no quería caer en la trampa, no razonaría, no pensaría, no dibujaría otro lugar ni inventaría otra emoción, en el fondo estaba convencido que no podrían vivir el uno sin el otro.

Por eso hacía tiempo que decidió rendirse, se había acomodado en la cotidianeidad mientras esperaba que volviera la ilusión. Pero tampoco podía evitar que se le hiciera cuesta arriba cada paso junto a ella, como antes era escalada cada día sin estar a su lado.

Sin embargo, seguían el camino juntos e incluso la mayoría de las noches seguían durmiendo abrazados, aunque ya no lo hacían desnudos. Simplemente tras cientos de noches necesitaban el calor del otro, eso lo asumían incluso desganados. Se habían acostumbrado a sentir sus cuerpos y era imposible yacer separados. Ahora la cercanía no era antesala de más carantoñas, no existía el beso de buenas noches, ni el de buenos días, el sexo era esporádico y, casi siempre, como instinto natural más que como expresión de amor. En realidad, hacía tiempo que no hacían el amor.

Tal vez porque ya no era ese amor lo que les unía. Pero se querían, e incluso él estaba convencido que se amaban. Los lazos de la pasión que los unió en la universidad perdieron todo el brillo, aunque seguían atando sus cuerpos, sus vidas, sus recuerdos, sus días. Todo parecía igual, pero nada era lo mismo.

Y ahí estaban, sin verbalizar emociones, hasta que ella rompió el silencio. “¿Qué nos está pasando?. Él sintió un escalofrío, la miró a los ojos tomo su rostro entre sus manos, pasó el dedo por la mejilla para secarle una lágrima que ella había intentado evitar, la besó suavemente en los labios y respondió: “no lo sé”.

Entrelazaron sus manos y en silencio, siguieron caminando por la orilla del mar.

Sabían que la rutina apagó su amor, pero cuando ya no había salida, quisieron encontrar nuevas emociones en cada esquina. Y las descubrirían juntos.

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