Día 2 de #QuédateEnCasa

Si ayer fue el día de desconcierto por el temor a saber cómo podríamos afrontar las jornadas venideras, hoy ha sido personalmente el día del enojo. Una ira inusual en mí que solo se ha aquietado por ese momento de aflicción que me ha supuesto personalmente escuchar el tramo del discurso de Sánchez referido a nuestros mayores.

Esa apelación al recordar el hecho real dado en muchas familias de que fueron ellos, los abuelos, los que en 2008 se lanzaron a la calle o gastaron sus ahorros para sacarnos de la crisis y cómo, al ser ahora la población más vulnerable ante el COVID-19, tenemos la obligación moral de cumplir las recomendaciones sanitarias por ellos, para demostrar que existe la solidaridad entre generaciones, confieso que me ha pellizcado el interior y me ha sido imposible evitar la lágrima.

El resto, el antes y el después a ese instante, he permanecido con un estado innatural perenne de irritación que, sin razón de peso, y solo por esa irracionalidad subjetiva que nos domina alguna vez, me ha acompañado casi toda la jornada. Tal vez porque no ha comenzado bien este 14 de marzo a pesar de que, en contra de lo esperado, ha amanecido con un sol radiante y unas temperaturas de primavera cálida.

El despertar ha sido tan abrupto como sorprendente con ruidos estridentes en horas muy tempraneras. Un sonido que primero parecía provocado por algún vecino haciendo bricolaje, algo que sí, es muy apropiado para ocuparse en este #QuédateEnCasa, pero ¿a las 8.30 de la mañana? ¿Y el primer día de aislamiento? He pensado en valenciano “açò será precís”.

Sin embargo, como pasaban los minutos y aun todavía en estado de duermevela, cada vez era más difícil definir el sonsonete que comenzaba a ser machacón. En ocasiones parecían golpes de martillo, pero en otros momentos se asemejaba al rechinido de un muelle o a algún tipo moderno de taladrador. En esa fase entre sueño y vigilia no acertaba a discernir correctamente hasta que, casi de repente, sonó de forma estruendosa una voz femenina. Mi extrañeza se convirtió en estupor y por qué no confesarlo, en asombro. Dilema resuelto: el ruido era el somier de una cama y provenía del piso de arriba donde, al parecer, mis vecinos temporales (ese apartamento es de alquiler turístico) iniciaban el día muy temprano, pero de forma muy placentera.

Tras el primer sobresalto y reconocidas las onomatopeyas o sonoridades no pude más que sonreír y pensar que nunca es mal momento para mostrarse el amor, aunque sea de forma excesivamente ruidosa; porque, sinceramente, quién no ha vivido alguna vez una tentación inefable de pasión incontrolada.

Así que han acertado amigos. Sí, el típico chiste que circula con avidez por redes sociales estos últimos dos días sobre actividad alternativa para este encierro “recomendado” ha sido mi despertador este primer sábado de enclaustramiento para intentar la propagación del COVID-19.

Una vez superado el desconcierto y algo mosqueada (¿o envidiosa?) por despertarme de forma tan brusca y tan temprano (para mí, que siempre he sido muy dormilona levantarse antes de las 10 un sábado es casi madrugar y más después de estar toda la semana sonando el despertador a las 6.30), decido no dar más vueltas en la cama, lo mejor era una buena ducha y contemplar que, ahí estaba el sol.

Un desayuno en la terraza desde donde, sorprendentemente, se vislumbraba algo de movimiento a orilla del mar parecía que iba a arreglar el día en el que estaba previsto iniciar el calendario doméstico diseñado ayer con tanto ahínco para estos días de clausura.

Pensé que, con esta calma y por si acaso, quizás era el momento ahora de bajar la basura. Al llegar al garaje, un vecino, casualmente compañero de profesión, me indica que la gente está en la playa como si fuera un día de verano. Decido entonces que voy a coger el coche, salir hasta el contenedor y volver a recluirme. Han sido unos segundos, tal vez un par de minutos, pero mi contrariedad ha durado mucho más al comprobar que era cierto el rumor leído un rato antes en redes de que había mucha gente haciendo deporte, paseando a orillas del mar o inundando el paseo marítimo con niños con bicicletas, patines o paseando plácidamente con sus mascotas.

No, esta sociedad no ha entendido el mensaje. Para qué arrasar los supermercados y grandes superficies si luego en lugar de cumplir con las recomendaciones sanitarias de permanecer en casa te dedicas a ir de paseo.

Subo de nuevo a casa enojada, con la tensión alterada y algo de nerviosismo por la impotencia que representa verificar cómo una parte considerable de la ciudadanía tiene arena en los ojos.

Entre la opción de comenzar con el ejercicio físico programado y la limpieza, me decido por coger la escoba y encender la radio. Se espera la comparecencia del presidente del gobierno. Sigo con la limpieza compulsiva de toda la casa pero cambio de frecuencia, siguen con el tema sanitario, busco en la estantería algún cd que me ayude a la evasión. Llega el momento de entrar en la cocina. Nunca me ha gustado cocinar, quizás porque no me gusta mucho comer, pero estos días, aunque mis provisiones en la nevera tienen mucho tuppers de mamá algo hay que hacer para completar la dieta si no quiero finalizar el #QuédateEnCasa perdiendo los quilos que me ha costado años recuperar.

Como casi toda la población, como esperando el discurso del presidente del gobierno anunciado para las 14 h, luego para las 15:00…se retrasa, comunican que será a media tarde, así que me decido por encender el ordenador para ayudar a los compañeros que están en la redacción a realizar alguna cobertura periodística telemática. Me gusta mi trabajo y, de alguna forma, me disgusta no poder estar en mi puesto físicamente en este momento histórico, pero tengo un amplio grupo de compañeros y compañeras que te aligeran casi cualquier aflicción. Logro evadirme de la rabieta concentrándome en la tarea donde mejor puedo rendir desde la distancia y cumpliendo alguna que otra labor solicitada desde redacción.

Los rayos de sol invaden mi terraza, me desconecto del trabajo y salgo a imbuirme del color y el calor de un sol que a esta hora parece más radiante. Tras inspirar profundamente un par de veces noto el descenso de las pulsaciones. Otear el horizonte donde se une la huerta y el mar ayuda. Me distancio de las circunstancias que me tienen aquí a esta hora y me inclino por cambiar la perspectiva emocional. Quizás sentarse y permitir que te dé el sol en el rostro mientras lees ese libro que hoy espero acabar de leer ayude a cambiar el extraño vaivén emocional del día.

Pero el sol se va.

Llega el momento del ejercicio mientras sigo esperando a Sánchez. Hoy la actividad comienza con la tabla de estiramientos que la maestra yogui nos ha enviado hoy mismo, sigo con mis hoy veinte kilómetros en la cyclostatic vintage, esa de la que muchos se reían cuando decidí dedicarle un espacio privilegiado en el salón, y que ahora (como todo el otoño e invierno) me está permitiendo aumentar en conseguir una notable mejora física a través del deporte.

Ahora se anuncia a Sánchez para las 20 h, da tiempo a una ducha rápida tras el desgaste físico. 20.30, y el presidente sin aparecer. Damos un repaso a las redes sociales, compartimos conversaciones con mis hermanos y amigos, (¿cómo sería vivir esta coyuntura sin washap ni twitter, ni Facebook?), hay algún intercambio de comentarios que te hace sonreír porque desde luego, el humor de algunas personas y eso que se dice, gracia para transmitirlo, es una cualidad que, al no disponer de ella, valoro de forma inefable.

Comienza Sánchez. Vaya, ahora que iba a preparar la cena. Su semblante es serio, sus palabras están cargadas de mucha entidad, no debería haber ahora ni rivales ni contrarios, las dimensiones de esta contienda mundial y sus altos niveles dañinos, acongoja bastante. Anuncia serias medidas, la mayoría ya eran conocidas desde primera hora de la tarde entre los mentideros periodísticos, pero escucharlas tan contundentemente inquieta e incluso abruma. Hay un momento de debilidad psicológica. Dice que serán quince días en casa. ¡¡Uff!! Mañana comienzo con las conversaciones en vídeo. Me doy cuenta que, a pesar de mi tendencia a la soledad como zona de confort, necesito ver a mi gente.

Pero eso será mañana y a través de una pantalla, hoy parece que finalmente voy a acabar el día un poco entristecida, aunque el abatimiento pasa a cólera al ver en la televisión al líder de la oposición en un discurso que, ofreciéndole un grato e inmerecido favor, los canales nacionales como TVE1 o Antena3, deciden cortar para no dejar en evidencia a un político que está gestionando mal, muy mal, su rol en esta crisis. Los adjetivos con los que he definido en mi subconsciente a Pablo Casado no pueden ser publicados porque todavía permanece en vigor esa ley mordaza creada por su partido que me enviaría a los juzgados si expresara públicamente mi ira.

Aun así estoy tentada, tengo el ordenador abierto y me llega a la mente la canción en la que Alejandro Sanz canta “cada vez que alguien te irrite, para poder desahogarnos, hemos inventado Twitter”. Ya estoy con la cuenta de twitter preparada para verbalizar mi enojo, lo escribo pero antes de dar a publicar aparece esa voz que te invita a la calma…Decido proceder a la rutina de lavarse los dientes, ponerse la crema nutritiva y a la vuelta, comienzo esta historia, menos enojada, pero con el mismo hastío por como esta crisis está desnudando a muchos personajes en distintos colectivos dejando al descubierto sus carencias e incapacidades para ocupar los cargos públicos en los que parapetan su insolvencia, ineptitud y torpeza.

En fin, al final me voy a ir a la cama enojada.

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