Día 22 de #QuédateEnCasa

Hoy para muchos de los que estáis ahí es un día emocionalmente hiriente. Hoy, Viernes de Dolor, en la mayoría de las casas del Cabanyal, Canyamelar y Grau estaríamos planchando vestidos, cosiendo esas capas del último momento, engalanando los balcones y portales, sacando brillo a las varas, encargando las flores, adecentando las imágenes porque hoy comienza la Semana Santa Marinera.

Esta tarde hubiera comenzado unas procesiones que no se vivirán en las calles, como sucedió el año pasado en todos sus actos desde el Martes Santo; pero aquel lejano 2019, aquello fue por culpa de las inclemencias climatológicas, hoy la razón de este silencio es un bicho que mata, y que impide que abramos nuestras calles a la primavera.

Esta será la primera vez desde hace casi un siglo que las calles del Marítimo, donde el aroma de la brisa marina impregna cada rincón, no serán el escenario donde procesionarán Claudia Prócula, Pilatos, Judith, Salomé, Marta, Verónica y, por supuesto, la Madre Dolorosa y Jesús Nazareno, el Ecce Homo o el Cristo. La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús no se vivirá en un barrio que, ante la celebración de su fiesta grande, aparca cada año todo el abanico de ideologías políticas y filosóficas e incluso discrepancias religiosas.

Los representantes oficiales de la religiosidad han intentado muchas veces secuestrar ese sentimiento singular con el que el pueblo del Marítimo celebra la Semana Santa sin entender que, mientras ellos pierdan la batalla, la vida de la Semana Santa Marinera estará garantizada. Y con ello, la herencia de una única fe heredada de aquel pueblo de pescadores y marineros que necesitaban creer en un Ser Superior para, en tempestades y tormentas, vivir en la esperanza de la vuelta a casa. Ella, la Semana Santa Marinera, es la heredera de aquel “Si a Déu vols pregar posat en la mar”

Por ello, transmitir a quien no nos conoce, que esta zona tradicionalmente republicana vive con algarabía, fervor e ilusión estos días es una tarea dificultosa. Cómo explicar que en este pueblo marítimo sienten con el mismo anhelo e ideal su fiesta grande y tradición más ancestral los más fervientes creyentes que los vecinos ateos o agnósticos. Cómo expresar que todos ellos se enternecen y emocionan con la misma pasión. Solo hay una respuesta: porque todos son hijos del Marítimo y ciudadanos de una sociedad que convirtió hace siglos la Semana Santa en Marinera y la historia de un personaje nacido en Belén y muerto en la Cruz en su celebración más grandiosa.

Los que defenestran la Semana Santa Marinera son aquellos que rehúyen acercarse a sus calles. Son aquellos ciudadanos, muchos de ellos desgraciadamente vecinos valencianos, que apelan a argumentos anti- sin tan siquiera intentar aproximarse a un pueblo que mantiene vivas sus raíces como principal acicate para seguir creyendo en su futuro dignificando su presente después de un pasado reciente demasiado convulso.

Porque el Distrito Marítimo es ese lugar donde reposa una rica sabia popular, una singular tradición artesanal, una personal arquitectura, una única gastronomía. En definitiva, toda una riqueza cultural que se ha mantenido viva en éste que, hasta 1897, fue Poble Nou de la Mar a pesar de tantos y tantos intentos para su destrucción.

Este barrio y esta fiesta siguen subsistiendo porque solo aquello que sientes como propio eres incapaz de despreciar, solo lo que amas perdura en el tiempo, solo lo que admiras, cuidas y solo aquello que identificas con tus raíces, se eterniza.

No, en estos días no viviremos el encuentro de Jesús con su Madre Dolorosa, ni metros más allá verás a Verónica limpiar la faz de Jesús casi exhausto cargado con la Cruz camino del Monte Calvario, los Cristos no se reunirán a la orilla del mar al alba, no relucirá el terciopelo de los trajes de los vestas y granaderos, ni brillarán las galas de los romanos bajo los rayos de sol o la tenue luz de la luna, ni sonará la música, ni…

Este año en las calles habrá silencio y soledad y los hogares estarán como desiertos sin acoger las imágenes que igualmente representan escenas, personajes y momentos de los últimos días de Jesús en la Tierra.

El vacío en las calles estremecerá, pero la quietud en las casas será conmovedora, casi tanto como en las cocinas donde, turbadas las madres y abuelas, añorarán guisar el rico menú gastronómico nacido y arraigado en el Marítimo como una de esas peculiaridades de una celebración que, desde el mismo momento que el pueblo asumió como suya fue revestida de un catálogo de singularidades que la engrandecen en la calle y entre la sociedad de la València Marítima.

No, este año, todo será diferente. Evocar lo que pudo ser solo nos generará ansiedad, angustia y aflicción, por eso, los próximos días desde este rincón olvidaré que llevo dos años sin escenificar el paso de la Verónica, intentaré apartar de la mente que no comeré las croquetas de bacalao o las cocas de titaina de mi madre, no veré las calles vacías porque, ahora sí, por suerte, en mi lugar de confinamiento no hay esquinas donde visualizar esas imágenes que invaden mi barrio estos días.

Sin embargo, eso será a partir de mañana, cuando intentaré no recordar, no leer y no escuchar que “no hay Semana Santa Marinera”.

Sí, eso será mañana. Hoy, y a esta hora, en una semana donde la sensibilidad me ha acompañado en exceso, el alma está un tanto encogida, el corazón pellizcado y la mente demasiado llena de recuerdos de emociones, imágenes, música, familia, amigos y sensaciones, aunque, “no toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido.”

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