Día 25 de #QuédateEnCasa

Como seguro ha pasado a muchos de vosotros, este confinamiento me ha permitido realizar un curso acelerado para participar en esto de las video conferencias. Junto a los ya casi tradicionales métodos aplicados desde hace años por Skype, Messenger o washap han proliferado infinidad de alternativas y otras, que hasta ahora eran casi coto restringido de altos ejecutivos o colectivos empresariales dispersados en distintos puntos geográficos, han comenzado a ser utilizadas por cualquier persona. Herramientas como Google Hangouts, Zoom o Houseparty son algunas de ellas (tranquilos amigos, yo tampoco las conocía la pasada semana).

Por otra parte, no importa el soporte tecnológico para participar en un video chat: teléfono, Tablet, ordenador, etc., Las reuniones virtuales se han extendido en casi todos los hogares. El aislamiento parece así menor e incluso ofrecen una vertiente terapéutica al ayudar a tener contacto con sus amigos y familiares a los enfermos aislados en los hospitales.

Llevamos días viendo vídeos de los vídeos en televisión. Hasta la prensa se ha sumado a la difusión de este nuevo (o nuevos) medio de comunicación.

Hace unos días el diario digital “Economía digital” publicaba un artículo bajo el título “Cómo hacer video chats y video llamadas grupales gratis”. ¡¡¡Un periódico de economía!!!

Al final, todos hemos sido tentados y, por curiosidad, necesidad de arropo, combatir la soledad o por cuestiones profesionales, un alto porcentaje de la sociedad recurre cada jornada de encierro a este nuevo recurso comunicativo.

En ese colectivo incluyo también los informativos televisivos. Muchos son los espacios de noticias que incluyen dos o tres entrevistas con personajes de actualidad para completar sus informaciones, debido en parte a las limitaciones de los desplazamientos; pero merced a estas herramientas, entrevistas de las que antes solo utilizabas en televisión 30 segundos como soporte para completar la noticia, ahora ocupan minutos.

Así vemos como proliferan las conexiones con los periodistas que desarrollan su labor telemáticamente. Hasta programas de entretenimiento como El Intermedio o Late Motiv de Buenafuente llevan, casi desde que se inició el estado de alarma, emitiendo su contenido gracias a las nuevas tecnologías y para no descuidar el contacto presencial con el espectador. Incluso Sálvame y sus versiones en algunas de sus frutas (no sé diferenciar cuándo es Sálvame Limón, Banana, Naranja, Ciruela o Tomate) ha utilizado esto de la video llamada.

A todas estas funciones de la conexión internauta unimos, tal vez, la más pedagógica. Además, curiosamente, son ellos los maestros en esto de las tecnologías. Sí, me refiero a los niños que sin problemas se están habituando perfectamente a las clases directas y casi en tiempo real de sus profesores a través del mundo digital.

Sin embargo, hoy me ha llamado la atención ver una encuesta que plantea, por otra parte, uno de esos pensamientos que seguro a más de uno, en algún momento se nos ha cruzado por la mente aún sin verbalizarlo ¿Cambias de vestimenta para realizar un video chat? Y yo añadiría otra cuestión que a mí me sorprende especialmente, ¿cuántos libros tiene la gente en su casa?

Sinceramente, ¿no os ha llamado la atención la cantidad de libros que hay en casi todos los hogares? ¿Si hay tanta gente con tantos libros, por qué cada vez está más extendida la lectura de ebooks o por qué las estadísticas no reflejan que la población consume tanta literatura? ¿No será que más que leer acumulamos libros como atrezo?

La verdad, como esto del encierro deja muchos momentos tontos en los que llegas a pensar o urdir reflexiones, cuanto menos raras, voy a revelar una estúpida anécdota que, me tuvo entretenida un ratito estos días relacionada con esto de las video entrevistas.

No recuerdo si fue el jueves o el viernes; aunque el análisis lo he extendido a sucesivos días para, aunque el estudio de campo sea reducido, disponer hoy de los datos suficientes para establecer ciertas conclusiones.

Todo empezó viendo un programa (no diré el nombre) en el que se entrevistaba a un personaje (no diré el nombre) sentado ante una librería que llegué a envidiar, parecía que llegaba más allá del techo. Su perfil no era el de literato ni intelectual pero todo eran libros a su alrededor... Pues bien, he aquí mi anécdota (os aseguro que todavía creo que los sentidos los mantengo en niveles razonables de raciocinio, aunque a veces me entretenga con este tipo de nimiedades o tonterías): hice un pantallazo y estuve fijándome en qué libros leía el personaje y… ¡bingo! Encontré que había libros repetidos e incluso que a algunos se les veía el celofán.

Yo misma me reí, no tanto del personaje sino de esa corriente detectivesca que, de repente estaba descubriendo en mí. Decidí extender mi análisis y, en efecto, deduje que en el 90% de las entrevistas, el entrevistado está ante una librería. La excepción son los músicos que suelen hacerlo rodeados de instrumentos, aunque alguno hay que tiene una decoración combinada.

Aunque lo importante es, y volvemos a lo escrito hace unos días, otra vez la dicotomía entre el exhibicionismo y la apariencia. Nuestra realidad y nuestro yo. Nuestra persona o nuestro personaje público.

Mientras reflexiono sobre ello, escudriñando entre redes sociales encuentro la siguiente información firmada por la agencia Europa Press: Consejos para conseguir una buena imagen en una video llamada iluminando y preparando el fondo”.

En este artículo, entre otras recomendaciones, se indica que “el fondo ha de estar limpio” (es decir, que no hace falta que todos salgamos rodeados de libros), “el plano no ha de ser muy amplio” (no vaya a ser que se vea lo que no se debe ver –ejemplo, mucho techo-), además “la persona ha de cuidar su vestimenta que debe ser cómoda y profesional” (ni idea a qué se refiere con lo de profesional) y “la luz ha de venir de frente, ya que las luces laterales y desde abajo generan sombras y efectos parecidos al cine del terror” (uff!!)

Ahí está. En este artículo se responden todas mis retóricas cuestiones con un listado de consejos muy prácticos estos días. Efectivamente, no hay que dejar casi nada al azar. El personaje que colocó varias ediciones de un mismo libro no se percató que hay gente detallista (o aburrida, como fue mí caso). No cuidó el fondo, abrió demasiado el plano y no pensó en el espectador (entretenido en toda la parafernalia que tenía detrás más que en sus palabras).

En resumen, que todas estas entrevistas en medios requieren también de cierta organización del escenario. La gente prepara (o preparamos) no solo nuestra imagen, sino también nuestro fondo para “vender” nuestra imagen (perdón por la redundancia).

Ni el confinamiento ha conseguido suplir dictadura de la imagen (otra vez la palabrita) que lleva años conquistando nuestra naturalidad, independientemente de nuestra profesión, nuestro carácter o nuestra personalidad.

Leyendo estos días la novela de Carme Chaparro “Calladita estás más guapa”, algunas de sus páginas convidan a reflexionar sobre esa extraña necesidad de la pulcritud de la presencia de la mujer en entrevistas de trabajo, tareas laborales o actos varios.

Ella se pregunta, y yo ahora también, qué obliga a “la mujer profesional” a perder horas ante el espejo para lucir el maquillaje adecuado, caminar sobre tacones de infarto a pesar de su riesgo, o perder horas que suman días con el tinte, la manicura, etc. etc. etc. y eso para afrontar una reunión profesional. (¿Por cierto, sería esta la referencia en el artículo anteriormente reseñado sobre “vestir ropa cómoda o profesional”?)

Mi conclusión me lleva a un dilema similar al que expone la periodista y escritora catalana, ¿me tengo que vestir para los demás o para una misma? ¿El animal social está por encima de la persona?

Recuerdo que cuando iniciaba mi adolescencia me convertí en asidua compradora (no compulsiva, pero sí son las piezas que todavía más me gusta comprar pero también más me cuesta elegir) de ropa interior. Tenía yo tan solo 14-15 años y mi abuela siempre me decía “¿para qué te compras eso tan bonito si no te lo va a ver nadie?”. Su asombro no era ficticio. Se extrañaba por mi gusto por lucir ropa interior “bonita”, como decía ella, casi tanto como a mí me desconcertaba saber cómo su generación escondía bajo una imagen impoluta, unos corsés con interminables filas de corchetes o fajas de más de medio cuerpo que incomodaban incluso a la vista….pero, lo importante era “lucir”, el envoltorio, el exterior.

Ahora, casi 5 décadas después, quizá tenía razón mi abuela, qué importa el fondo si el celofán tiene los colores más atractivos, la luz es seductora o el fondo es un decorado para el florecer del personaje.

Yo confieso que soy de las que se pinta las uñas, se maquilla (según requiere la reunión o cita), elijo cada día la ropa desde la comodidad personal, sigo obsesionada con la ropa interior, pero todo en su justa medida, o en “mi medida”, y pongo por ejemplo, los zapatos, aunque sean de alto tacón, van conjuntamente priorizados con el bienestar de mis pies y más si voy a estar horas fuera de casa.

Así que, hoy que he tenido dos video llamadas profesionales confieso que he intentado cambiar los hábitos y poner en práctica algunos de los consejos leídos, he estudiado qué fondo seria el adecuado…pero mientras lo hacía ha vuelto a primer plano mi vena rebelde y me he cansado de la superficialidad, por lo que, tras dudarlo solo unos segundos, me he ubicado donde más a gusto me encontraba y con la ropa que habitualmente visto buscando la comodidad doméstica.

Al fin y al cabo, exploto y, en parte, vivo, gracias a las nuevas tecnologías, pero yo me licencié trabajando con una máquina de escribir y borrando los errores con unos botes de eso llamado tippex con los que con una brochita pequeña de un tono blanquinoso corregías las faltas o deslices de las letras.

Y es que… yo nací en el siglo XX y ya es bastante con haber salido airosa del reto de realizar en dos plataformas diferentes dos video llamadas en solo 3 horas de diferencia.

Uff!!! Mañana tal vez me entretenga buscando mejor iluminación o ropa más “profesional”, hoy sencillamente…no tenía ganas.

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